sábado, 24 de agosto de 2013

"En el espacio no hay sonido" - Capítulo 3.

CAPÍTULO 3

A aquellas alturas de su vida, a Oak ni se le había pasado por la cabeza volver a verse entre la espada y la pared. Le quedaban unos pocos meses para cumplir los 42; pero se sentía terriblemente viejo y cansado, como si aquella situación fuera más apropiada para alguien con la mitad de inviernos que él.
   A diferencia de Lawrence, Oak no estaba colérico; ni siquiera especialmente indignado. Sin embargo, la idea de volver a trabajar para el gobierno, aun sin ser entre las filas del ejército, le provocaba un enorme agotamiento mental.
    La vida de escolta de seguridad no podía calificarse de privilegiada, mucho menos de estimulante; pero las noches de sueño ininterrumpido compensaban con creces todo esto, incluso  los interminables turnos y el sueldo paupérrimo. Al menos para él. Ni tan siquiera era un trabajo especialmente peligroso; las pequeñas naves piratas a penas se acercaban a un carguero  bien protegido y Oak había olvidado cuál fue la última vez que los cañones del Fulgor Esmeralda dispararon una salva de advertencia. Incluso llegó a temer que la falta de uso acabara por deteriorarlos.
     No era el rumbo más gratificante que podía haber tomado en su vida; pero era el que había escogido varios años atrás, y cambiarlo no entraba en sus planes.
    Claro, a veces se olvidaba de que sus planes tenían la fea costumbre de irse al traste tarde o temprano. Concretamente, los suyos tardaron diez años en hacerlo.

    Después de la reunión y hasta bien entrada la noche, Oak apenas vio a Lawrence, lo cual agradeció. El comandante se había recluido en su camarote para revisar la base de datos. Oak pensó en ayudarle, o estar presente al menos; pero no podía quitarse a Magrog de la cabeza. ¿Cómo podía decirle todo aquello? Nunca había manejado muy bien el arte de dar malas noticias. Además, el chico había puesto todas sus ilusiones en trabajar como uno más de la tripulación del Fulgor. Peor aún: había confiado en Dale Virta incondicionalmente durante los últimos meses para que fuera así. La decepción de Mag se le clavaría como un puñal helado.
    Buscó al chico en las dependencias de los empleados, dentro del espaciopuerto, pero no lo encontró por allí. Decidió ponerse en contacto con él a través del term.  Mag respondió a la llamada casi al instante.
    —¡Eh, Oak!—. El rostro de Mag apareció en pantalla con una luz verdosa. Había mucho ruido de fondo y bastante movimiento de personas a su espalda. El chico respiraba entrecortadamente, tenía perlas de sudor en la frente y sonreía con plenitud — ¿Ya has acabado con tu reunión?
    —Sí, hace ya un rato de eso.
    Por la decoración del lugar, Oak dedujo que se trataba de una de las tascas de un pueblo de los alrededores. Machowski, Northpeak; tal vez Red Plains, a juzgar por las astas de venado que decoraban las paredes.
    — ¿Dónde estás?
    —Pues en un antro, como puedes ver.— Mag apartó el term de su rostro y realizó una corta panorámica del lugar. Oak reconoció a varias caras familiares de la tripulación revoloteando frente a la cámara—. La bebida está aguada y se respira más humo que en una fundición; pero se está bien.
    — ¿”Los chicos”?— Oak soltó una leve carcajada—. Vaya;  me alegra que hayas roto el hielo con tanta rapidez.
    —Son ellos los que han insistido en que venga. Te habrían enrolado a ti también si hubieras estado localizable. —  Mag miró hacia ambos lados y se alejó un poco del barullo. La cámara daba bandazos terribles a cada paso—. Y de eso quería hablarte, ¿qué tal ha ido el encuentro?
    —Mal. No creo que sea el mejor momento para darte detalles.
    Mag enmudeció por un momento. Sus labios ya no sonreían. El frío puñal ya empezaba su larga travesía hacia el corazón de Oak
   — ¿A qué te refieres con “mal”?— preguntó el chico con voz queda— Creía que habías dicho que iba a ser un trámite protocolario, o algo así. — De repente, Mag pareció cavilar. — Tiene que ver conmigo, ¿verdad?
    Oak negó rotundamente. Aquella reflexión del chico le pilló desprevenido y le hizo arrepentirse de haber abierto la boca con tanta rapidez.
   — ¡No! Para nada. ¿Por qué iba a tener que ver contigo?— suspiró—. Escucha: no quiero agobiarte. Preocúpate sólo de pasar un buen rato, ¿de acuerdo? Yo estaré aquí, en el puerto. Cuando vuelvas te lo contaré todo más tranquilamente.
    Colgó y volvió con parsimonia a la nave. Echó un breve vistazo desde el exterior y vio luces en el puente y en las pequeñas ventanas correspondientes al camarote del comandante. El suyo no tenía ventana alguna y desde luego era mucho menos espacioso que el de Lawrence. No podía quejarse; después de todo, el resto de la tripulación dormía conjuntamente en literas de un tamaño desafiante para la estructura ósea de un humano.
    La puerta de sus aposentos se deslizó con lentitud, dejando paso a un denso olor a cueva. En efecto, Lawrence había cortado la ventilación del camarote para ahorrar gasto de energía al soporte vital durante su ausencia.
    —Las viejas costumbres, ¿eh, Victor?
 En el interior, sus cosas seguían donde estaban, como era de esperar. Tampoco era un hombre muy dado a acumular chismes inútiles en su habitación. Mientras que Victor tenía su camarote abarrotado de insólitos trofeos bélicos y demás ornamentos, él tan sólo contaba con un pequeño estante improvisado cerca del cabecero de su cama. Únicamente tres objetos descansaban sobre él: una foto familiar, un libro viejo y una lámpara de microimpulsos que parecía haber dejado de funcionar. Oak intentó  con poco éxito devolverle la vida a base de golpecitos en la base. Aquéllas eran las mayores concesiones decorativas en la que se había convertido en su morada a lo largo de los últimos cinco años. Para su gusto, no necesitaba más. Salvo una lámpara nueva, claro.
    —Oye, Yana— habló al intercomunicador junto a la puerta sin desprender el dedo del botón rojo—: me parece que no voy a bajar a cenar. No me esperes, ¿vale?
     Dos minutos después, supuso, era el único ser morando en la nave exceptuando a Lawrence, que aguardaba silenciosamente en sus estancias. A éstas sólo se podía acceder a través de unas escaleras de caracol al final de aquel mismo pasillo. Oak  demoró deliberadamente su partida, bien ojeando el viejo libro de la repisa, bien usando el terminal de su escritorio para ver qué se cocía en la omnired. El mundo seguía girando igual, y un viejo comandante empezaba a impacientarse. Al final, subió las escaleras de caracol, haciéndolas tambalear a cada escalón que pisaba. Lo hizo, de nuevo, con una lentitud meditada, sabiendo qué tipo de conversación estaban a punto de tener él y el comandante.
    Eran las 22:02 de la noche cuando llegó al último peldaño.
    El comandante estaba tirado sobre su vieja butaca y con su brazo negro apoyado en el enorme escritorio. Tenía la mirada fija en un punto inexistente, y apenas se inmutó cuando Oak apareció por las escaleras. Frente a él, la pantalla de su ordenador iluminaba su rostro como una mortaja azulada.
    No hacía falta ser un experto vidente para ver el conflicto interno del comandante. Tal y como había predicho, después de repasar la información que Trana había cargado en la base de datos de la nave (aparentemente saltándose todos los firewalls de seguridad sin ningún problema),  Lawrence se había quebrado como una brizna de yesca. Oak se sentó sobre el escritorio y entrelazó las manos sobre su regazo. Victor tardó unos instantes en emitir sonido alguno.
    — ¿Sabes por qué dejé el ejército, Dale?
    Oak se encogió de hombros.
    —Lo cierto es que nunca me lo has dicho.
    — ¿Por qué crees tú que lo hice?
    Fingió cavilar por unos instantes.
    — ¿Por el Fulgor? No lo sé, Victor.
    Lawrence profirió una sonora carcajada, tan fuerte y repentina que Oak se sobresaltó un poco. Luego suspiró y se recostó un poco sobre la butaca.
    —Llevo diciéndome eso mismo desde hace diez años. Ahora sé que sólo lo hice porque podía, sin valorar ninguna de las variables. — Su puño mecánico se cerró—. Como he hecho siempre.
    El silencio se asentó entre ambos, y Oak no se sentía con ánimos para añadir nada a aquello.
    —Se me han pasado muchas cosas por la cabeza a lo largo de estas horas— continuó—, algunas muy descabelladas.—Miró a su compañero a los ojos— Estoy muy mayor, Dale; ya no sé si quiero volver a cabrear al Consejo.
   —Entonces… ¿has tomado ya una decisión?— inquirió Oak.
  Se escucharon pasos en el corredor de abajo. Aunque era relativamente difícil que les escucharan con el tono que estaban utilizando, Lawrence hizo una breve pausa, hasta que las pisadas desaparecieron.
   —He estado repasando esos archivos toda la tarde, buscando alguna excusa, cualquier laguna para convencerme a mí mismo de que no merece la pena embarcarnos en esto. Pero esa gente ha pensado en todo, Oak: nos darán inmunidad diplomática, nuevos armamentos, equipo, etc. — Se incorporó en su silla y acercó su rostro curtido al de Oak—. Con todo eso; no es una decisión que quiera tomar solo.
    Oak abandonó la mesa y empezó a caminar sin rumbo por el habitáculo.
   —No puedes pedirme eso.
   — ¡Eres mi segundo de a bordo!— dijo Victor con cierto aire de reproche—. Tienes mucho que decir en esto.
   —Lo que tengo que decir ya lo sabes de buena mano: no trabajaré para Quisade Bettany nunca más. — Oak señaló a través de una de los las ventanas. Aunque el cristal estaba sucio y oscuro, podía distinguirse el emblema de Roark Industries plasmado en la pared interna del hangar—. Ellos son mis jefes ahora, y es así porque yo lo decidí.
   —Roark nos ha abandonado a nuestra suerte. — Los ojos pálidos de Lawrence centelleaban de irritación—.  Sí, te reubicarán si permaneces en su plantilla, pero ya han dejado claro que no les importamos una mierda. ¿Todavía quieres seguir trabajando para esas personas?
    El volumen de la conversación estaba alcanzando niveles peligrosos; Oak intentó rebajarlo, aunque no con demasiado éxito.
    —Te hago una pregunta, Victor— dijo, procurando usar el tono más conciliador posible—: ¿qué crees que hará el gobierno cuando este programa termine? ¿Devolverte la nave y hacer como que nada ha ocurrido en estos diez años? ¡Piensa un poco, por Dios!
    — ¿Y qué quieres que haga?—repuso Lawrence, encogiendo sus anchos hombros—. ¿Quedarme sentado y perder mi nave ahora mismo? ¿Hacer lo que estás haciendo tú?
   —Quiero que razones un poco; eso es todo.
   — ¿Que razone? ¿Yo?— Lawrence soltó una carcajada irónica—. El único que no entra en razón aquí eres tú. — Volvió hacia la mesa y posó ambas manos sobre ella, dándole la espalda a Oak—. Voy a ser tajante con esto: ¿estás conmigo, o no?
   Ambos permanecieron en silencio durante unos segundos, cada uno a un lado opuesto de la habitación, como si compitieran en un igualado pulso mental.
   —Después de lo que hice por ti…— Victor se mordió la lengua—. Me lo debes, Dale.
   Los ojos de Oak se posaron en el brazo biónico de Lawrence. Negro y artificial. Pudo haberse sentido culpable y dejar que ese sentimiento le hiciera ceder y aceptar la oferta por mero adeudo.
   Pudo, pero no lo hizo.
   —Lo siento; no puedo aceptarlo — concluyó.
    El comandante dio media vuelta y le observó directamente. Su boca se convirtió en una fina línea recta y sus puños se cerraron; ya no había ni un ápice de súplica en su mirada.
    —Recoge tus cosas— dijo—. La empresa te asignará otra escolta lo antes posible; ya he hablado con ellos al respecto.
   
La discusión fue rápida, afortunadamente. Oak pensó que Lawrence pelearía más y alargaría aquella agonía durante horas. Sin embargo, no hicieron falta más de diez minutos para dejar las cartas encima de la mesa. Oak pudo haber preguntado más acerca del programa; pero, a decir verdad, no le importaba demasiado lo que los “hombres misteriosos” se trajeran entre manos. Ahora era asunto de Lawrence, y de quienes quisieran seguirle.
    El camino hacia su camarote no fue agradable; cada paso que daba parecía resonar más de lo normal en su cabeza, como un molesto martilleo. No necesitó más de cuatro minutos para amontonar sus pocos efectos personales sobre su cama y llenar una mochila con ellos. El último objeto que pasó por sus manos fue la pequeña cajita de metal que contenía la bala que le había herido en Malevich.
    “Justo en la nalga izquierda” recordó.
    Se llevó la caja al oído y la sacudió, recibiendo un leve tintineo como respuesta. Aquel proyectil le había granjeado un mes de descanso durante la guerra y una cicatriz que envejecería en su trasero. A veces se preguntaba si conservar aquél dudoso trofeo era realmente necesario. A veces  le sonaba como una de las excentricidades de Lawrence.
    Quizá no fueran tan diferentes, después de todo.
    Cuando arrojó la cajita al interior de la mochila sintió una presencia a sus espaldas. Al volverse, vio a Yana plantada en el umbral de la puerta con sus pálidos brazos cruzados. En ese momento deseó haberla dejado cerrada.
    — ¡Yana! —exclamó Oak—. No te había escuchado. Eres silenciosa como un gato, muchacha. Pensé que te habías marchado, con los demás…
    Yana no tenía los ojos húmedos, pero su voz sonó quebrada y sin aliento.
    —Oak, por favor: quédate.
     La humildad en aquella súplica le rompió el corazón. Oak desvió la mirada hacia su mochila, evitando observar directamente a la joven. De repente, y sin saber muy bien por qué, se sintió avergonzado.
    —Así que Lawrence ya te lo ha contado todo…
    —He conseguido sonsacarle lo suficiente— contestó—, pero cuando os he escuchado discutir ya empecé a temerme lo que iba a pasar.
   Quizá aquello explicara los pasos que habían oído antes. Yana sabía bien cuándo prescindir de su sigilo.
    —Escucha: tenía pensado despedirme de vosotros de uno en uno, de verdad— aclaró Oak—. No pienses que iba a marcharme durante la noche sin más. Sabes perfectamente que ese no es mi estilo.
    La puerta se cerró. Oak pensó que la chica se había marchado, pero cuando tornó la vista la vio dentro de la habitación.
    —Eres un egoísta— le dijo.
    —Principalmente, sí.
    Yana arrugó la nariz y las pecas que surcaban su rostro se acentuaron. A pesar de lo que hubiera parecido en un principio,  no estaba triste; estaba bastante enfadada, y el rubor de sus carrillos era el mejor indicador de ello.
    — ¿Sabes lo necesario que eres aquí? ¡Por Dios bendito! ¿Crees que yo sola voy a poder manejar a Lawrence si tú no estás? ¿Con esos tipos del gobierno merodeando por aquí?
    Oak enarcó una ceja y le dedicó una mirada inquisitiva.
    —Sí, he estado leyendo algunos de esos archivos de la base de datos— se apresuró a aclarar ella.
    Aquello sonaba como una disculpa, aunque Oak no vio por qué había que reprocharle nada. Después de todo, la infraestructura informática de la nave era su feudo. 
    —Ya te he hablado de esto muchas veces, Yana— dijo él—. Trabajar para el gobierno no entra en mis planes de futuro.
    Hubo un silencio. Yana le observó largamente con sus ojos cafés, como si auscultara su interior un con detenimiento quirúrgico. Luego torció el labio y asintió para sí misma. Ese gesto la hizo, momentáneamente, muy parecida a su hermano.
    — ¿No puedes hacerlo por nosotros?— dijo Yana—. Por favor, Dale: hazlo por nosotros. Quédate.
    Aunque sus palabras eran suplicantes, el tono que estaba utilizando no lo era. Oak había tenido que aguantar la ira de mucha gente a lo largo de su vida: Lawrence, Tess, Jason… Pero, por motivos que desconocía, discutir con Yana le provocaba una especial desazón. La observó de hito en hito, consciente de que la conversación no iba a ir a ningún sitio. Agachó la cabeza y suspiró con pesadez. Dando pasos lentos fue hasta la chica y la tomó por los hombros. Su piel estaba fría y sus músculos rígidos como ramas.
    —Yo tampoco me esperaba esto, y me  duele tanto como a ti; pero así han salido las cosas. Hace mucho tiempo que me harté de nadar a contracorriente.
    Ella no dijo nada. Bajó la mirada y mantuvo los labios fruncidos. Oak se vio falto de recursos, así que la abrazó. Lo hizo lentamente y con delicadeza, como si ella fuera  un nudo de zarzas.
    —Volveré por la mañana, ¿me oyes?
    —Sí.
   
Salió a respirar aire libre. El cielo nocturno estaba despejado y el asfalto bajo sus botas seguía húmedo después de una tarde de intensa lluvia. Aún había pequeñas naves pululando por la pista, pero la atmósfera era bastante más tranquila que durante el día.
     Sabía que el próximo paso era el que más le iba a costar.
     No esperaba que Mag fuera a tomárselo mejor que Yana; pero decidió no posponer más aquella conversación pendiente. Antes de que su mano tocase el term en su bolsillo, éste empezó vibrar. Lo sacó rápidamente, sin reparar si quiera en el nombre que aparecía en la pantalla. Pensó que Magrog, inquieto por la llamada de antes, se le había adelantado.
    No obstante, la voz que sonó al otro lado no era la del chico. Era una voz femenina y bastante familiar. Diez minutos después, desearía no haber contestado a esa llamada.
   Eran las 23:56 de la noche.
    —Dale.
    —¿Tess?
    ¿Cuánto tiempo hacía que no le llamaba? ¿Cuatro? ¿Cinco años? Habían mantenido conversaciones, por supuesto; pero casi siempre era él quien realizaba la llamada. Oak no fue capaz de disimular su sorpresa. El tono con el que Tess había dicho su nombre tampoco era demasiado tranquilizador. Ni siquiera había habilitado la imagen de vídeo; no quería que le viera la cara.
    — ¿Pasa algo?
    La escuchó sorber por la nariz. Estaba llorando.
    — ¿Cuándo pensabas decírmelo?
    Oak estaba confundido. Salvo lo que había ocurrido aquella tarde, no había pasado nada significativo en su vida. Al menos nada que él supiera. Un nudo empezó a tensarse en su garganta.
    —Me han llamado del CTA—continuó ella, con voz temblorosa—, han anulado tu pensión, Dale. No tenemos con qué pagar el tratamiento de Jason.
    — ¿Qué?.
(…)
    —Eso mismo les he dicho yo, pero no me han hecho caso —. Otro sollozo—. Les he hecho comprobarlo varias veces. Dicen que no hay ningún error.
    Oak se cubrió los ojos con la palma de la mano. Suspiró profundamente entre dientes y se forzó para no empezar a despotricar. Por unos segundos sólo tuvo ganas de gritar.
    —Tengo que llamar a la oficina…
    —Ya lo he hecho yo. Me lo han confirmado: tu pensión ha expirado esta misma noche.
   Se mordió el labio y soltó una risa nerviosa. Apartó la mano de su rostro; estaba cubierta de sudor. Aquello podía haber pasado en cualquier momento de los últimos cinco años; después de todo, se había largado del ejército por la puerta de atrás. A Lawrence ni siquiera le concedieron la pensión de veteranía. Oak contaba con que la situación de Jason ablandaría el corazón de sus antiguos jefes. Así parecía haber sido hasta esa misma noche.
    —Supongo que llamarme a mí en primer lugar era mucho pedir.
    —No te vayas a poner así. Ahora no. Tienes que hacer algo.
    Aquello era una broma pesada. El chiste malo que todo el mundo pillaba menos él. Casi podía ver la sonrisa de Trana estirándose en la oscuridad que le rodeaba. Llegado a ese punto, tan sólo pudo reír. Giró sobre sí mismo y vio la silueta de Fulgor dentro del hangar. Siguió riendo.
    —Dale, ¿qué te pasa?— la voz de Tess sonó turbada, casi asustada— ¡Tienes que hacer algo! ¡Ya sabes lo que pasará si no podemos pagar el Centro! ¡No quiero eso para mi hijo! ¿Me oyes? ¡No lo quiero!
    Haz algo, Dale.
    Lo que sea.
    — ¿Quieres que haga algo, Tess?
    —Quiero que soluciones esto, joder.— Había olvidado la última vez que la escuchó maldecir—. Mira: no sé lo que has hecho para que te retiren la ayuda. Si has vuelto a pelearte con ellos, Dale, te pido que intentes arreglarlo.
    —No hay forma de arreglarlo— repuso él—. Aquella pensión ni siquiera era oficial. Yo no la merecía. Creo habértelo dicho muchas veces.
    Tess guardó silencio por unos instantes. A juzgar por el repentino silencio, supuso que había tapado el micrófono con la mano. No obstante, Oak escuchó leves sollozos al otro lado. Después, Tess volvió a hablar, esta vez con una voz aún más ronca.
    —No puedo pagar su tratamiento yo sola— dijo.
    Oak profirió una risotada sarcástica.
    —Ni tú, ni yo… ni con tres veces mi sueldo actual podríamos permitirnos pagar algo así. Es disparatado.
    De repente, la imagen de Jason voló hacia su mente, tal y como lo había visto unos días atrás. El chico había alcanzado la quincena ese verano, pero apenas aparentaba los 12 años. La infección del Perséfone, entre otras cosas, retrasaba el crecimiento de manera asombrosa. Además, estaba delgado, con los pómulos horriblemente marcados en su rostro grisáceo. Pero lo peor fue la mirada: neblinosa y vacía. Jason estaba tan drogado que apenas era consciente del aire que respiraba, o al menos así dieron a entender los médicos las instalaciones.
    Muchas veces lo había visto así, y muchas veces había deseado verlo muerto. No se sentía orgulloso de ese sentimiento; su padre le había dicho que no había nada peor que querer la muerte de los seres queridos. 
    Pero Jason ya no era un ser querido, apenas parecía un ser humano. Cuando Oak lo vio, vio a un saco de carne que se desplazaba, babeaba, comía y cagaba, siempre bajo los efectos de aquellas drogas con nombres impronunciables. Las mismas drogas que impedían que matara a todos cuantos le rodeaban.
    Sin embargo, sabía lo que le esperaba fuera del CTA. Los chicos que iban a los centros de Reclusión para Infectados del Consejo iban allí para morir, y no precisamente entre almohadones y sábanas de lana fina.  En aquellos sitios las drogas no eran lo suficientemente fuertes, y los niños, tarde o temprano, acababan aplastándose el cráneo contra las paredes de las celdas. En los peores casos, la pobre seguridad de aquellos recintos propiciaba la huida de internos. Eso era lo que más le asustaba: imaginar a Jason matando a gente inocente.
   Eran auténticos pudrideros humanos. Oak se dio cuenta de que él tampoco quería aquello para el muchacho, por muy triste que fuera su existencia.
   Tomó una decisión. Quizá una de las más importantes de su vida. Tan sólo lamentó no disponer de más tiempo.
   —Tess— dijo—. Te llamaré mañana, ¿vale?— De nuevo, miró hacia el Fulgor—. Creo que puedo hacer algo.
   Colgó antes de que ella articulase más sonidos. Tenía pocas ganas de escuchar más su voz aquella noche. Aquella maldita noche que parecía no acabar nunca. El reloj del term marcaba las 24:05. Aún quedaba una hora para la media noche, y ya había tenido problemas para toda una vida.
    Mag llegó un par de minutos después, con las manos en los bolsillos y el cabello un tanto alborotado. Los pasos que daba eran ligeramente erráticos, denotando una cierta embriaguez. Aunque su rostro apenas era visible en la oscuridad, Oak pudo ver la preocupación palpitando en cada uno los ademanes del chico.
    —Oak, yo…
    —¡Mag!— Oak extendió una mano hacia el Fulgor, como si estuviera presentando un fenómeno de feria al público—. ¿No tienes ganas de verla por dentro?
    El chico se quedó callado y observó a Oak por unos instantes. Le pareció que sonreía, aunque la ausencia de luz podía estar jugándole una mala pasada.
    —Cuando me has llamado antes… ¿ha pasado algo? Dijiste que la reunión no fue del todo bien.
    —Bueno, eso es relativo—. Oak empezó a caminar hacia la nave—. Ven: te lo contaré todo dentro.




miércoles, 7 de agosto de 2013

"En el espacio no hay sonido" - Capítulo 2.






Capítulo 2.



El tramo hacia el mediodía transcurrió con una tensa normalidad. Oak se había despedido de Lawrence junto al Fulgor y esperó no volver verle hasta la reunión. Sentía una ferviente necesidad de poner todas las ideas en orden en su cabeza, que parecía albergar un tornado en. Pensó que alejarse del comandante haría más fácil este proceso; pero se equivocaba.
    Magrog  intentó hablar con él en su camino de vuelta a la terminal, pero el joven pronto desistió. Oak no tenía la mente en su sitio, y lo que le entraba por un oído se escapaba como una fugaz brisa por el otro.  Había un caldo de temores arremolinándose bajo su pecho y el mundo que le rodeaba estaba impregnado de una enfermiza aura de irrealidad. Incluso el aire se le antojaba distinto. Aquél olor a aceite y caucho empezó a provocarle náuseas.
   Si hubiera dado rienda suelta a sus pensamientos durante el almuerzo, cualquiera podría haber pensado que Dale Virta sobredimensionaba la situación tanto como el cascarrabias medicado de Victor Lawrence; Oak lo sabía. Pero no fue el mensaje inscrito en aquél papelucho amarillento lo que había retorcido sus entrañas más allá de lo soportable. Oh, no; en absoluto.
   Un sonoro “toc, toc” había reverberado en su interior, extendiéndose como un frío que le calaba hasta los huesos. Era el pasado, llamando a su puerta, con una sonrisa de oreja a oreja que decía: “¿Me has echado de menos, cabronazo?”.
   En el mundo real, más allá de su tormenta interna y de las paredes de su abarrotada cabeza, sus compañeros devoraban con avidez  la apetecible  y humeante comida precocinada depositada en sus bandejas de latón. Aquella visión era comprensible si se tenía en cuenta la imprevista prolongación de su última misión de escolta y la discutible calidad de los alimentos a bordo del Fulgor.
   Pocos temas de conversación surgirían mientras quedara un montoncito de arroz  sobre  la mesa. Oak, inmerso en sus circunstancias, batió su ración con el tenedor hasta dejarla reducida a un viscoso mejunje. Aunque lo hubiera intentado, no habría podido disfrutar de un solo bocado; la comida apenas tenía sabor en su boca.
    Magrog, sentado a su izquierda, comía con la voracidad habitual de la gente de su edad. Oak se alegró al ver que rompía el hielo mientras entablaba esporádicos y desenfados coloquios con sus nuevos compañeros. A su derecha estaba Alex, uno de los mellizos Hove, que lanzaba fugaces miradas a la comida que quedaba en su bandeja. Cuando Oak se percató de sus intenciones, le ofreció las sobras con un ademán gentil y teatral.
    —Adelante— dijo—, sé que estás deseando. Yo no tengo hambre.
    Sin mediar más palabra, Alex extendió el brazo con agilidad, agarró la bandeja y la arrastró hacia él. Oak esbozó una sonrisa ante aquella falta de pudor tan sencilla y campechana.
    —Gracias, Oak— dijo Alex con la boca llena de arroz—. Hoy mi estómago es un pozo sin fondo. Este mejunje me sabe a manjar de reyes.
    — ¿Y tu hermana?—inquirió Oak—. Pensé que vendría a comer con nosotros; antes la he visto saludándonos desde el puente.
    — ¿Yana?— farfulló Alex, sin levantar la cabeza de la bandeja. Los mechones de cabello rubio casi rozaban la comida—. Yo también pensé que vendría; pero al final se quedó en la nave, con sus ordenadores. Ya sabes cómo es.
Lamentó aquello. La espera para la reunión estaba resultando más peliaguda de lo que había augurado en un principio. Se había dado cuenta que no era capaz de poner en orden sus pensamientos sin exteriorizarlos con otra persona. Una conversación sobre el tema con alguien que no fuera Lawrence, para variar, no le habría venido mal. Tampoco iba a arriesgarse a soltar la bomba durante la comida y aguarles el pequeño recreo a sus compañeros.
     De repente,  como si hubiera escuchado sus pensamientos, Alex levantó la cabeza del plato y observó a Oak con un brillo inquisitivo en sus ojos azules.
    —Pasa algo, ¿verdad?—dijo —. No me mientas: antes te he visto hablando con Lawrence. Nunca le había visto con esa cara, te lo aseguro.
    Oak guardó silencio y asintió con una leve sacudida de cabeza.
    —Lo sabía— continuó Alex, sin expresar mayor sorpresa—. En realidad, todos lo sabemos; pero lo dejamos estar. Como si no fuera a mordernos el culo si evitamos el tema.
    —Un momento. —Oak le frenó con un gesto de su mano— ¿Lleva mucho tiempo así?
    —Desde que te fuiste de permiso, más o menos— afirmó—. Lawrence no está en lo que está. Siempre ha tenido un poco de mal genio; pero últimamente parecía más distraído que otra cosa. Andaba de aquí para allá, dando vueltas por el puente de mando, como un abanto mareado. Apenas hablaba con los operarios o los oficiales, y siempre se retiraba temprano a su camarote.
    Oak pensó con cautela qué decir a continuación. Aferró su vaso y apuró el poso de refresco que quedaba en el fondo.
    Confiaba en Alex, y en otras circunstancias no habría tenido pelos en la lengua para informarle sobre la situación. Sin embargo, aquello se salía de la gráfica. Por muchas sospechas que la actitud de Lawrence pudiera generar entre el resto de la tripulación, nada podía prepararlos para la probable pérdida de la nave. De llegar a ser todo una falsa alarma, no estaba dispuesto a hacer cundir el pánico sin necesidad, aunque sólo fuera por unas pocas horas.
   Alex soltó la pregunta, por fin:
   — ¿De qué habéis hablado?
   Decidió recurrir a la omisión de información.
   —Parece que esta tarde vamos a recibir la visita de un dignatario gubernamental. —Depositó el vaso de acero sobre la mesa con suavidad—. El comandante y yo nos reuniremos con él.
   —Ah. — Alex no parecía satisfecho del todo— ¿Para qué? Creía que el comandante ya no tenía nada que ver con ellos.
   Oak se encogió de hombros.
   —Es lo único que sé— mintió —. Supongo que en cuestión de unas horas lo averiguaremos.
    Para su sorpresa, Alex pareció conformarse con aquella suposición. Se encogió de hombros y volvió a hundir la cabeza en la bandeja para engullir lo que quedaba de comida.
    En la mesa, la mayoría ya había dejado los cubiertos y comenzado diversas conversaciones entrecruzadas. Logan, en una de las esquinas, refunfuñaba a voces sobre la subida de los precios arancelarios dentro del espacio del Consejo. Flanqueándole, Austin y Wendell asentían con vehemencia a cada palabra que salía por su boca. Justo en el extremo opuesto a Logan, Darius estaba contando una anécdota tan graciosa que sus propias carcajadas no le permitían continuar. En su ataque de risa, dio un par de puñetazos sobre la mesa, haciendo vibrar la treintena de bandejas metálicas que había sobre ella.
 — ¿Sabéis lo peor de todo?— siguió Darius tras recobrar un mínimo de compostura. Su rostro estaba rojo como el tomate y las lágrimas casi escapaban de sus ojos—. ¡Tuvo que quedarse dentro toda la noche, hasta que volvió el encargado por la mañana!
    Un coro de risas reverberó en el amplio comedor.  Oak ni siquiera sabía cuál era el chiste de la historia que había contado el falvino; pero ver reír con aquella franqueza a sus compañeros alivió un poco la pesadez  bajo su pecho.
   

    La tarde vino acompañada de unos espesos nubarrones que tronaban con malas intenciones. Lanzando recelosas miradas al cielo, Oak recorrió en solitario el largo camino hacia el hangar 09, una gigantesca estructura cúbica que daba cobijo al Fulgor Esmeralda. Ubicada en aquél enorme espacio, ensombrecida y sin ningún hombrecillo de traje blanco pululando a su alrededor, la nave presentaba un aspecto ciertamente sosegado.
     En el interior, los pasillos presentaban un aspecto fantasmagórico. Las luces auxiliares del techo proyectaban sombras largas bajo las cajas y bidones esparcidos por doquier. Tanteando el terreno por el que pisaba, Oak se abrió camino a través de los corredores, alfombrados por la neblina residual de los refrigeradores. Sus pasos reverberaban  hacia las entrañas metálicas de la corbeta como una piedra engullida por un pozo.
    El montacargas de la bodega, por el cual se accedía a la nave desde tierra, se encontraba justo bajo la cubierta de ingeniería; la sección más trasera del Fulgor. Esto suponía un trayecto de unos veinte metros de corredor hacia la antigua sala de conferencias, situada en la sección central. Tras tropezar tres veces con las cajas y cables dispuestos aleatoriamente en su camino, Oak se detuvo para sacar la pequeña linterna que guardaba en el bolsillo. Mientras palmoteaba sobre sus vaqueros, percibió el eco de unos pasos que se acercaban desde la oscuridad del corredor. Era un trote ligero; desde luego de alguien mucho menos pesado que Lawrence. Alguien que tampoco cojeaba de una pierna.
     Cuando palpó el bulto de la linterna en su bolsillo, un resplandor dobló la esquina del pasillo y le deslumbró, obligándole a taparse los ojos con un quejido. La luz se apartó rápidamente.
    — ¡Ah! Ahí estás. — Era la voz de Yana, con su marcado deje nasal—. No esperaba que vinieras tan pronto.
    Oak sacó la linterna, no mucho más grande que su pulgar, e iluminó a la muchacha con un círculo de luz azulada. El haz era tenue y apenas la hizo fruncir el ceño cuando lo dirigió directamente a su rostro.
   — Quería hablar un poco con Lawrence antes de la reunión. — Le restó importancia con un ademán—. ¿Y tú? ¿No vienes a saludarme?
   A pesar de la ausencia de luz, Oak pudo distinguir una amplia sonrisa apareciendo en el rostro de Yana como una media luna. La chica corrió hacia él, haciendo oscilar su coleta tras ella. El abrazo cogió desprevenido a Oak, que recibió el gesto con los brazos extendidos y en una postura ciertamente hierática. Instantes después, como movido por un espasmo, correspondió aquella muestra de afecto envolviendo con sus brazos los finos hombros de su compañera. 
    —Te he echado de menos— dijo. Sus palabras chocaron contra el pecho de Oak.
    —Tres meses.— Oak la apartó con gesto delicado e intentó vislumbrar sus ojos en las sombras—. ¿Tan terrible ha sido?
    —Tres meses y medio, para tu información.
    En los días que había pasado en Pittsburg, Oak estuvo cerca de olvidar la ausencia de Yana durante el trimestre anterior. Sólo verla aquella mañana saludando desde el puente le hizo recordar.
 En un ademán preocupado, Oak sostuvo delicadamente el brazo de la chica; pálido y resplandeciente bajo la trémula luz de su linterna. La cicatriz había sanado y, sorprendentemente, se había reducido a un trazo rectilíneo desde el codo hasta la muñeca, perfectamente cauterizado. Ciertamente, esperaba un aspecto mucho peor después del estado en que se encontraba el día del accidente. Aquél recuerdo le erizó el bello de la nuca.
    —Tiene mucho mejor aspecto— apreció—. Me alegra verte de nuevo a bordo.
    Yana se acarició la cicatriz con el dedo índice, distraída.
    —Lo cierto es que me han venido bien estas vacaciones. —Dio media vuelta y empezó a caminar por el corredor. Oak la siguió dando pasos pausados—. Salvo las primeras semanas, claro. Aquello es mejor dejarlo para el olvido.
    Soltó una risita que resultó algo penosa. Tras un breve silencio, cambió radicalmente de tema. Oak lo consideró una sabia decisión.
    —Qué tranquilidad. Ver la nave sin esos hombres de blanco correteando de un lado a otro. ¡Dios mío!  Menos mal que no han encontrado a ningún cabroncete microscópico pegado a nuestras ropas—. Antes de que Oak pudiera comentar nada, Yana señaló hacia delante—. Lawrence está en la sala de conferencias; será mejor que no le hagamos esperar.
    — ¿Es que ha llegado ya nuestro invitado?— Empezó a olisquear el aire como una ardilla—. ¿Qué hay del hedor a superioridad inundando la nave?
    Yana rio por unos pocos segundos; luego, negó con la cabeza.
    —Ya sabes cómo se pone; está que se sube a las paredes. — Llegaron a un tramo más iluminado, y por fin pudieron intercambiar miradas. Oak distinguió la preocupación palpitando en los ojos color café de la joven—. Supongo que ya habrás leído el mensaje del gobierno.
    —Sí— contestó él—. Con eso ya tengo para toda una vida.
    —Oak— dijo Yana, aminorando un poco la marcha—, no quiero ser pájaro de mal agüero; pero ya sabes lo que significa que nos retengan la nave aquí, en Circe. —Empezó a frotarse los brazos, como si una brisa helada la hubiera azotado—. Estoy un poco asustada.
    Sus temores estaban más que justificados, aunque Oak prefirió no avivarlos; no tenía ningún sentido hacerlo. Si había algo que detestaba, era el pesimismo en la gente joven. Palmeó el hombro de la chica e intentó esbozar la sonrisa más despreocupada de todo su repertorio.
    —Han tenido diez años para requisarnos la nave, Yana—dijo—. El gobierno no tiene por qué esperar para hacer este tipo de cosas. ¿Por qué iban a reunirse con nosotros antes de darnos la patada en el culo?
    Yana torció una sonrisa. Llegaron a un tramo de corredor en que los cables de alimentación se derramaban de una rejilla abierta del techo como lianas multicolor. Tuvieron que doblar el espinazo para pasar por debajo y apartar algunos con las manos como si de una cortina de hiedras tratara. Oak no sabría decir si aquella era la causa del apagón en los pasillos posteriores.  De todas formas, prefirió dejar a un lado preguntas al respecto; en aquel instante, no había cabida para más preocupaciones en  su cabeza.
    — ¿Dónde te has metido durante la comida? Tu hermano estaba allí.
    —Ah. — Yana se llevó la mano a la frente, como si hubiera recordado algo de gran importancia—. Lawrence ha intentado contactar como loco con la directiva de la empresa; he pensado que dejarlo a solas con la terminal de telecomunicaciones no era lo más sabio.
     Oak la observó con expectación.
    —Así que he decidido asistirle.
   — ¿Y bien?— inquirió él—. ¿Ha habido suerte?
   Yana se mordió el labio inferior y negó con la cabeza.
   —Dos horas de intentos consecutivos, y lo único que hemos conseguido de la central es que nos pongan en espera. Indefinidamente, por supuesto.
    Industrias Roark ya estaba al corriente; por supuesto, ya se habrían lavado las manos. Aquello no hacía más que ponerse mejor y mejor a cada momento que pasaba.
    — ¡Ah!— exclamó Yana. Su voz parecía haber recuperado su jovialidad natural— ¿Ése que he visto contigo es el chico de la academia? ¡Dime que sí!
   Durante su convalecencia, ella y Oak habían mantenido contacto esporádico a través de la omnired. Yana había estado al corriente de todos los pasos importantes que había dado Magrog hasta llegar a la tripulación del Fulgor, por lo que Oak comprendió su entusiasmo.
    —Así es— asintió, contento de haber dejado a un lado los temas escabrosos—. Me ha costado guerrear un poco con los jefes; pero por fin he conseguido meterlo a bordo. Mag es un buen chico, se lo merecía.
    —No sabes cuánto me alegro— se apartó un mechón de cabello rubio del rostro y lo colocó tras su oreja. Sonreía, pero una sombra de nerviosismo aún asomaba en las comisuras de sus labios—. A decir verdad, Dale; nunca creí que fueras a apadrinar a nadie a estas alturas. ¿No eras tú el que detestaba a sus fans?
     Oak soltó una carcajada. Parecía que había pasado una eternidad desde la última vez que rio con sinceridad.
    —Magrog no es un simple admirador. Nunca se me ha dado bien definir a las personas; pero él tiene algo que los demás chicos de la academia no tenían.
    Yana le observó, arrugando su nariz inundada de pecas.
    —Es especial— concluyó—, y sincero. Sobre todo sincero. Estoy seguro de que encajará a la perfección en la nave.
    Pronunciar aquellas palabras fue como darse una puñalada en el estómago. Había estado tan inmerso en sus propias inquietudes que había olvidado por completo la situación de Mag. Si se confirmaba que el Consejo iba a requisar el Fulgor Esmeralda, el futuro de su joven pupilo pasaría a estar en una situación bastante precaria. Eso descontando todas sus ilusiones y esperanzas, rotas y pisoteadas justo cuando ya saboreaba la miel en sus jóvenes labios.
    Siguieron su camino a través de los corredores y no intercambiaron más palabras hasta llegar a su destino. No fue un silencio incómodo, al menos para Oak; era un silencio bastante elocuente.

    La antigua sala de conferencias era un habitáculo amplio, quizá el más espacioso de la nave descontando el puente. Tras su salida de la armada del Consejo, Lawrence consideró oportuno convertirla en un almacén de trastos con escasa utilidad. Había tanques de combustible amontonados contra la pared sur, tapando por completo la ostentosa insignia de la armada impresa en ella; la mayoría de los bidones estaban vacíos, y su función no iba más allá de la de acumular una densa capa de polvo. De la vieja y larga mesa que había presidido la estancia en el pasado no quedaba rastro alguno. En su lugar se alzaba una desastrosa pirámide de cajas de aparejos y enormes rollos de cables sin usar. Para terminar de dar un aspecto pintoresco a la sala, varios de los tubos luminosos del techo titilaban de forma irregular.
    Bajo una de esas luces parpadeantes estaba Lawrence, de brazos cruzados y con el ceño ensombrecido sus ojos.
    — ¿Sabes algo?— le preguntó Oak, sin rodeos— ¿Han contactado contigo, o algo?
    El aludido negó con la cabeza, lentamente.
   —Sólo sé lo que dice en el mensaje. Tampoco hay manera de contactar con ellos desde la nave, así que todo lo que nos queda es esperar.
   Lawrence empezó a caminar por la sala, mirando hacia todos lados y dando pasos distraídos.
    —Un lugar perfecto para tener nuestra pequeña reunión, ¿no crees?— dijo, carraspeando un poco—. Un buen recordatorio lo jodidos que estamos. — Cogió una de las cajas metálicas del montón y la utilizó como asiento improvisado— ¿Has visto a alguien de camino  aquí?
    Oak supuso que con “alguien” se refería a varios coches con los cristales tintados aproximándose al hangar. Negó con la cabeza.
    —Bien. — Lawrence se dirigió a la chica— Yana, quiero que quede constancia de todo lo hablado entre estas cuatro paredes. —Su voz volvió tomó un cariz férreo, orgulloso — ¿Has encendido ya las cámaras?
    —Las dos están colocadas y listas— afirmó la chica. Alzó el brazo y señaló a ambos extremos del habitáculo. Oak advirtió unas pequeñas luces rojas vibrando en las sombras—. Las pondré en marcha tan pronto como empecemos.
    No iba a preguntar si aquello era, tan siquiera, legal. Tampoco le dio mayor importancia. Si perdían la nave ante el gobierno, de nada serviría estudiar la conversación cientos o miles de veces. La realidad era que ninguna prueba podría salvarles ante una situación así.
    Después de recibir una generosa subvención por cortesía de la Oficina Presidencial, Industrias Roark se desentendería rápidamente de cualquiera de sus naves, aunque se tratara del único y legendario Fulgor Esmeralda. Pensar lo contrario rayaba en lo ingenuo. Tan sólo había que echar un breve vistazo alrededor para darse cuenta de lo fácil que lo tenía Quisade Bettany para estirar su presidencial brazo y recuperar su querida joya.
   Exteriormente, el Fulgor era una nave claramente vieja. Algo desgastada, sí; pero sólida y  orgullosa. En su interior, en cambio, presentaba un aspecto cercano a lo lamentable. Oak había perdido la cuenta de las averías menores pendientes de ser arregladas. Una de las más serias se encontraba en el soporte vital, incapaz de suministrar aire limpio a los niveles inferiores de la cubierta de ingeniería. No en pocas ocasiones había visto a Chris descender por la escalerilla de servicio con una máscara de oxígeno cubriéndole el rostro. Y aquello no era todo: no había que olvidar el fallo en algunas placas gravitacionales de la bodega, con unos efectos un tanto curiosos. De vez en cuando podían verse cajas y pequeñas herramientas flotando contra el techo, como si un endiablado poltergeist estuviera jugueteando en su patio de recreos favorito.
    El accidente de Yana fue la guinda del pastel. Cualquier inspector del sector público los habría empapelado hasta las cejas por ello, tanto a Lawrence como a él. No obstante, como suele pasar con los idiotas, tuvieron la mayor suerte del mundo. La chica mantuvo las apariencias y Oak tuvo que soportar uno de los momentos más bochornosos de su vida viéndola mentir ante la directiva de la empresa.
   Yana, una muchacha con edad  para ser su hija y con el brazo agujereado por cinco esquirlas de metal, defendiendo a un par de capullos incapaces de mantener a flote un barco que había hecho aguas durante años.
    Vista desde esa perspectiva, la posible actuación del gobierno no le parecía tan terrible e indigna. Aquello sonaba más a una buena dosis de justicia.


    La comitiva llegaría una media de hora después. En el transcurso de ese tiempo, Oak y Lawrence rescataron la vieja mesa de las profundidades de la bodega, la colocaron en el centro de la sala y acondicionaron mínimamente el lugar para el encuentro. El comandante inspiró entre dientes al trasladar el peso de las cajas entre sus brazos. Aquélla exhibición de dolor resultó inusitadamente sutil en comparación a lo que Oak estaba acostumbrado.
    Después de convertir su almacén improvisado en algo similar a la sala de conferencias que fue en el pasado, Lawrence ordenó a Yana que bajara el elevador de la bodega  para que el comandante y el segundo de abordo pudieran salir a recibir a su invitado. Como era de esperar, la lluvia había empezado a caer en el exterior del hangar, por lo que esperaron en el umbral de la  gigantesca compuerta sin intercambiar poco más que miradas inquietas.
    —No he preguntado— dijo Lawrence, pasados unos minutos. —, ¿qué tal te ha ido en la ciudad estas semanas?
    Habló sin mirarle a los ojos. Oak no supo discernir si aquélla era una pregunta sincera o un intento forzado de romper el silencio y matar un poco el tiempo. De todas formas, le respondió de buena gana.
    —Bien— reconoció—. Me he pasado casi todo el tiempo preparando el papeleo de Mag en la central.
    Victor soltó un amago de carcajada.
    — ¿Esas han sido tus vacaciones?— Se giró y empezó a observarle de arriba abajo, como si buscara algo fuera de lo normal en su aspecto. Fue entonces cuando Oak le vio sonreír por primera vez en todo el día. — Desde luego eres de lo que no hay, Dale. Si era sólo por eso, podías habérmelo dicho y habría mandado a alguno de los chicos en tu lugar.
    Un relámpago rugió en el exterior, y la lluvia pareció endurecerse por momentos.
    —Lo sé; pero no fui a Pittsburg sólo por Magrog.
    Victor abrió la boca y volvió a cerrarla rápidamente, como si se hubiera tragado una mosca invisible. Luego asintió, comprensivo.
    —Bueno, en ese caso yo no habría podido hacer nada. — Se atusó lentamente la barba y habló con lentitud, como meditando cada palabra que pronunciaba—. ¿Ha ido bien esta vez?
    Oak miró a los ojos grises del comandante, y si aquello no era curiosidad sincera, el viejo cascarrabias que tenía a su lado era un talentoso actor desaprovechado.
    —Como siempre— dijo intentando sonar indiferente—. Cumplió los quince en Julio y el mes pasado lo trasladaron a una nueva ala. Ya sabes, un módulo para los más mayores. Por lo demás, sigue exactamente igual; no he visto que haya empeorado.
    —¿Y Tess?— preguntó Lawrence— ¿Ella está bien?
    Oak esbozó una sonrisa torcida.
    “Tess”, un diminutivo cariñoso para Theresa. ¿Cómo podía haberse olvidado de ella? Oír su nombre le trajo una sensación de aspereza en el paladar, como si se hubiera quemado al probar un estofado demasiado caliente. Su perfume también voló hacia sus fosas nasales, aunque no en sentido figurado. Le había acompañado todo el día. De hecho, lo llevaba en la ropa, aunque no se dio cuenta hasta ese justo instante. No era demasiado extraño: había estado con ella dos días atrás, y él, fiel a su estilo, no se había cambiado de chaqueta en todo ese tiempo. El olor habría sido casi imperceptible para cualquier otra persona, pero no para él. Nunca supo qué perfume usaba; nunca se lo preguntó. Sabía que era un aroma suave y que le provocaba un ligero cosquilleo en la nariz. También sabía que le evocaba el color granate de su cabello y el deje cantarín de su voz. Pero lo cierto era que todo aquello no  avivaba una sensación agradable bajo su pecho. Ni por asomo.
   —Está bien— dijo, manteniendo el tono indiferente—. ¿Qué digo? Mejor que bien: le va de perlas. Ahora está saliendo con un violonchelista de su orquesta. Uno con un nombre portugués. “Reginaldo”, o algo parecido. Ya no me acuerdo.
    A pesar de todos sus esfuerzos por fingir despreocupación, un tono desdeñoso se había manifestado en su último comentario. Victor volvió a asentir con cariz comprensivo y desvió la vista al frente, sin decir nada. Incluso el viejo capitán sabía cuándo no era bueno meterse hasta las rodillas en terreno pantanoso.
    —Me alegro por ella— concluyó Oak.

El delegado del gobierno llegó un par de minutos después en un flamante landbrawler de ruedas gruesas y morro amenazador. Cuando el vehículo llegó al hangar y se detuvo frente a ellos dos, Oak tuvo la sensación de estar frente a una bestia que bramaba por engullirlos de un momento a otro. En lugar de eso, una de las puertas laterales se abrió, esparciendo pequeñas gotas de lluvia sobre el suelo. Del interior salió el que, sin lugar a dudas, era el individuo que habían estado esperando.
   Incluso en una tarde lluviosa y sombría como aquélla, el delegado era una de esas personas capaz de iluminar el lugar con su mera presencia. En la distancia ya parecía mucho más alto que Oak e iba vestido con un traje negro impoluto que realzaba su figura; al acercarse a ellos, esa sensación de pequeñez aumentaba todavía más. Era mestizo, y  en su camino hacia Oak y Victor esgrimió una sonrisa de dientes perfectamente blancos y alineados que habría derretido a cualquier jovencita que se le hubiera puesto por delante. El problema estaba en que el único público asistente al espectáculo constaba de un anciano hasta las cejas de inmunodepresores y un veterano de guerra que había dormido con la ropa que llevaba puesta.
    — ¡Buenas tardes, caballeros!— exclamó, abriendo una boca con capacidad suficiente para albergar un coco. Luego extendió una mano hacia Lawrence— Me llamo Jan Trana. Mucho gusto en conocerle, comandante.
   Victor le respondió con un tono de voz no más agradable que un montón de rocas precipitándose por una pendiente.
     —El gusto es mío.
   Trana se volvió hacia Oak y procedió de la misma manera, envolviendo la mano  de Dale con unos dedos largos y oscuros.
      —Mayor Virta; me alegra ver que va a participar en nuestro pequeño encuentro.
   Seis años habían pasado fuera del ejército, y aun así seguían refiriéndose a él como “Mayor”. En lo que llevaba de día ya se lo habían dicho dos veces. Empezaba a creer que lo hacían para tocarle las narices, y no por un simple desliz. No respondió. Se limitó a estirar las comisuras de sus labios tanto como pudo y exhibir la sonrisa más forzada que había esbozado en su vida.
  Del coche habían salido tres hombres ataviados con los trajes azules del Servicio de Seguridad del gobierno. Oak reconoció a uno de ellos; concretamente, al conductor. Sabía que lo había visto en varias ocasiones en las noticias de la omnired, asomando tras la espalda de varios altos cargos del Consejo, como si de un extraño complemento estético se tratara. Era un tipo calvo y corpulento; quizá no tan alto como el delegado, pero con un aspecto mucho más imponente. No sabía cómo se llamaba. Ni siquiera estaba seguro de haber escuchado su nombre nunca. De lo único que estaba seguro era que, si estaba allí como escolta, Jan Trana era un pez más gordo de lo que habían imaginado en un principio.
    El delegado se giró e hizo un gesto a sus hombres para que se aproximaran. Éstos respondieron con pasos  rápidos y metódicos, haciendo resonar el sonido de sus zapatos en todo el hangar con una reverberación que rayaba en lo incómodo.
   Trana extendió su largo brazo hacia el Fulgor.
   — ¿Podemos comenzar?
   —Sí— respondió Victor, persistiendo en su deje áspero—. Síganme.

Jan Trana ordenó al grandullón que esperara junto a los otros dos guardaespaldas en el corredor, fuera de la sala de conferencias. Oak vio cómo le decía algo en voz baja al grandullón. Éste asintió con aire sumiso y se apartó de su lado inmediatamente como un sabueso obediente. Cuando Oak pasó junto a él, sintió cómo  un aliento ardiente le alborotaba el flequillo. Aquella sensación le hizo encogerse involuntariamente de hombros. Cuando la compuerta siseó al cerrarse tras ellos, la expresión risueña de Trana se tornó un tanto gélida. Sin mediar palabra, fue hasta la mesa y se sentó en una de las sillas de los extremos. Oak y Lawrence se acercaron a él con la lentitud de dos niños que pasan junto a un perro rabioso. Lawrence tomó asiento en el extremo opuesto de la larga mesa, lo cual lo situaba a una distancia ridícula. Oak decidió permanecer de pie.  El delegado empezó a tamborilear con los dedos sobre la mesa de forma sonora y aparentemente deliberada.
    —Bien— dijo—. Supongo que podemos dar comienzo a nuestra pequeña reunión ¿No creen?
    Lawrence le observó en silencio y abriendo mucho sus ojos enrojecidos. Aquél era un gesto que le hacía parecer bastante más viejo de lo que era. Trana carraspeó un poco y continuó, su sonrisa haciéndose cada vez menos pomposa. Sus oscuros ojos se posaron en Oak.
    —Siento que mis superiores hayan tenido que recurrir a la retención del Fulgor Esmeralda en puerto. Dada la persistencia del comandante en ignorar nuestras peticiones anteriores y…
    — ¿Cómo?— Oak reaccionó como un resorte. Por cómo suspiró Lawrence, dedujo que las palabras de Jan Trana eran totalmente ciertas— Vais a tener que explicarme eso.
    Trana empezó a hacer cálculos mentales con un ademán petulante. Al otro lado de la mesa, Victor seguía desinflándose como un balón agujereado.
    —Sin contar este último comunicado: tres. A lo largo del pasado mes.
    Oak no se sintió sorprendido, después de todo. Enfadado, impotente; pero no sorprendido. Lawrence no era lo que se podría decir un gran mentiroso; cuando ocultaba algo, su rostro y comportamiento eran tan elocuentes como una valla publicitaria. Oak había percibido aquella modulación, pero tenía la fea costumbre de no esperar lo peor de cada situación.
    —Podrán comprender el escaso margen de opciones que nos han dejado. — Trana acarició su cabeza rasurada con una calculada lentitud—. Ya no veíamos otra manera de reunirnos con ustedes que retener la nave en Circe.
    —Pues ya tienen lo que querían— dijo Lawrence—. Va a disculparme, señor Trana; pero no sé qué malditas cuentas tengo que dar yo ante sus jefes. Nuestros caminos se separaron hace diez años, después de la guerra. Si he ignorado sus avisos es porque…
    Trana enseñó la palma de su enorme mano, y Lawrence cerró la boca al instante, como si de una sencilla técnica hipnotismo se tratara. Oak nunca había visto al comandante reaccionar de aquella manera ante un ademán tan simple, y mucho menos antes de empezar a despotricar. Trana se incorporó un poco y entrelazó los dedos sobre la mesa. Su rostro se había ensombrecido y de su sonrisa tan sólo quedaba una fina línea ligeramente curvada.
    —Por lo que a nosotros respecta, el Fulgor Esmeralda sigue siendo propiedad del ejército y, por consiguiente, del Consejo Bettany. Por lo tanto, sí; usted tiene que dar cuentas al gobierno.
    —Lo sabía—. Lawrence se levantó dando un sonoro manotazo en la mesa y señaló a Oak con el dedo. Trana dio un pequeño respingo—. Te dije que pasaría. ¡Te dije que vendrían con esa tontería de nuevo!
    Oak hizo un gesto con la mano muy parecido al que había realizado Trana momentos antes. Sólo consiguió que Victor empezara a farfullar en voz baja.
    —Relájate— le dijo, tajante. Luego se volvió hacia Trana, que seguía sentado y con cara de no haber roto un plato en su vida—. Con todo el respeto, señor Trana; pero esta nave lleva una década al servicio de Roark Industries y nunca ha recibido órdenes directas del gobierno. ¿A qué viene este cambio de actitud?
    —Precisamente al punto que nos ocupa. — Extrajo un term de uno de sus bolsillos y empezó a teclear en su superficie táctil mientras hablaba—. Supongo que se habrán preguntado el porqué de una reunión tan… particular. En los tiempos que vivimos, con una simple conferencia a través de la omnired habría bastado. No obstante, mis superiores han sido muy estrictos en lo referente al carácter personal de este encuentro.— Hizo una pausa breve, pero lo suficientemente prolongada como para dar a entender que algo había llamado su atención—. Si no les importa, ¿podrían apagar las cámaras? No creo que vayan a ser necesarios.
    Oak y Victor intercambiaron miradas como un par de chiquillos sorprendidos en una travesura mientras el delegado los observaba con aquella condescendencia que sólo podían permitirse las personas de su posición. Lawrence lanzó un hondo suspiro y desenterró su viejo term de uno de sus bolsillos; luego avisó a Yana usando abruptos monosílabos. En un instante, los pilotos rojos de las cámaras desaparecieron en la oscuridad y Trana volvió a sonreír ampliamente.
     La curiosidad habló a través de los labios de Oak:
     — ¿Puede decirnos ya cuál es el asunto que nos ocupa, señor Trana?— Dio un paso hacia delante e intentó no imprimir demasiada ansiedad en sus palabras—. Porque tengo la impresión de estar en esto con los ojos vendados.
     El aludido apenas apartó la mirada de su term. En ese momento, Oak percibió algo implícito en el modo de actuar de aquél hombre. No supo decir qué era, ni siquiera si era algo negativo o positivo; pero estaba seguro que había una modulación en el lenguaje corporal del delegado cuando se dirigía a él. Parecía perder el control sistemático de sus movimientos, cosa que no sucedía mientras conversaba con Lawrence; tampoco cuando éste empezaba a gritarle.
    —Lo que les traigo es una oferta— declaró con tranquilidad—. Una oferta que, he de añadir, puede resultarles bastante apetecible, visto lo visto.
    Una chispa susceptible iluminó los ojos de Lawrence.
    — ¿”Visto lo visto”?
    Trana se acomodó someramente en su silla. Luego se humedeció los labios y continuó:
    —El Gobierno les da la oportunidad de volver a trabajar a sus órdenes en un nuevo programa del cual, me temo, no puedo revelar demasiada información. Al menos por el momento. — Dejó el term sobre la mesa con otro de sus movimientos medidos y se cruzó de brazos en un ademán un tanto informal, pero no menos calculado—. Por supuesto, eso incluye a su nave, el Fulgor Esmeralda; siempre bajo su comandancia, señor Lawrence. Precisamente, acabo de cargar algunos términos de este acuerdo en su base de datos y…
    —No.
    A Oak le sorprendió la rápida reacción de Victor. Durante unos instantes, temió que empezase a farfullar y a darle vueltas al tema una y otra vez. Al contrario; el tono que utilizó fue cortante, pero asombrosamente sosegado, como si hubiese despertado de un prolongado letargo con la cabeza despejada.
    — ¿Perdón?
    —No pienso volver al ejército. Tuve mis motivos para abandonarlo, y hace ya una década de eso. ¿Qué le hace pensar que no los mantengo?
    Trana recobró un poco la compostura tras la interrupción y luchó por tomar de nuevo el control de la conversación. A decir verdad, no lo hizo nada mal:
    — ¿Y qué le hace pensar que trabajarían a las órdenes del ejército? Éste es un programa del gobierno, no de los militares. — Lawrence se aplacó un tanto. Volvió a la silla y se sentó con movimientos pausados. — Su error, comandante, está en ver en esto poco más que una reprimenda por sus faltas pasadas. No es nada de eso. En su lugar, yo lo vería como lo que es: una oportunidad.
    Trana otorgó tanta fuerza dramática a sus últimas palabras que casi las hizo parecer  sinceras.
Casi.
    — ¿Han oído hablar de los sistemas del Límite, caballeros?— inquirió.
    Estaba claro que aquello no era más que una pregunta retórica, una excusa para saltar al siguiente punto de su agenda. Preguntarle a un niño nacido en el espacio del Consejo qué eran los sistemas del Límite era  insultar a su inteligencia. Una pequeña fracción de Tierra de Nadie que limitaba con la frontera, no más grande que un cuadrante y con un puñado de estados independientes azotados por la piratería y el terrorismo. No era una situación nueva en absoluto; aquella coyuntura se había dado desde la misma formación de esas naciones, hacía poco menos de un siglo.
    Al parecer, el silencio resultó lo suficientemente elocuente como para invitar a Trana a continuar con su discurso:
    —Ya he dicho que, por ahora, no puedo revelar demasiado sobre este programa.— Trana extendió sus enormes manos sobre la mesa y torció la cabeza con suavidad—. Pero puedo decirles que el programa les llevaría a trabajar en cualquiera de estos sistemas con motivo de las nuevas políticas bilaterales iniciadas por el gobierno.
    Oak ignoraba qué interés podía haber despertado aquella demacrada franja espacial en el Consejo Bettany; dudaba mucho que Trana fuera a resolver sus dudas.
    — ¿Y qué haríamos nosotros allí?— preguntó Victor con una sonrisa sarcástica asomando en sus labios— ¿Repartir paquetes de comida? ¿Suministros? ¿Trasladar a refugiados? No entiendo por qué elegir al Fulgor Esmeralda para tareas que cualquier otra nave puede hacer. — Oak asintió sin saber muy bien adónde iría a parar aquella conversación—. Además, el Fulgor Esmeralda es una nave de guerra y, si no me equivoco, según el Concordato de Arcadia IV no se pueden…
    —… Desarrollar actividades militares en Tierra de Nadie bajo ningún concepto. Sí, señor Lawrence; yo también conozco esa parte del tratado.
    Hubo una repentina tensión en las mandíbulas de Trana. Podía interpretarse como un signo de remota crispación.
    —Esto es totalmente distinto— dijo—; la integridad del tratado no peligrará durante el desarrollo del programa.
    — ¿Sabe la Unión de Naciones algo de esto?— preguntó Oak.
    —No es competencia mía proporcionarles tal información, señor Virta— repuso Trana sin inmutarse. — Mi trabajo aquí es comunicarles las condiciones básicas de este contrato y confirmar su respuesta. Nada más.
    Victor agachó la cabeza, pensativo. Empezó a juguetear con sus propios dedos.
    —Roark Industries— balbuceó—, ¿qué tienen ellos que decir en todo esto? Son mis jefes, al fin y al cabo.
    —Me temo que ya lo han dicho todo, comandante. El gobierno del Consejo  ha compensado a su empresa por la salida de esta fragata de su flota.
    —Eso quiere decir que…
    —Ustedes dos pueden negarse a participar en el programa. Pero el Fulgor Esmeralda no es negociable. Nos lo llevaremos de un modo u otro.
    Un silencio repentino se apoderó de la sala de conferencias. Podían escucharse los pasos lentos de los tres agentes del DSG que esperaban en el corredor, así como el continuo tamborileo de Trana sobre la mesa; un ademán similar al tic-tac de un reloj. El tiempo corría; y las cartas estaban al descubierto. Victor estaba muy cerca de explotar.
    —Permítanme la intromisión, caballeros. — La sonrisa de Trana iba ensanchándose hasta alcanzar límites siniestros—: ¿cuál es su sueldo actual?
    —El suficiente—gruñó Lawrence con la agresividad de un gato arrinconado.
    —Trabajen para el programa durante un año y el sueldo será parte del pasado. — Trana parecía confiado; creía estar llevando a Lawrence a terreno seguro. Estaba claro que no le conocía—. Lo que les traigo es una oportunidad única para retirarse con los bolsillos llenos.
    El comandante soltó una carcajada profunda y ronca. No supo decir por qué, pero Oak se sintió contagiado por ella y sonrió ampliamente. Trana puso cara de no pillar el chiste.
    —Puedes llevarte tus sacos de dinero de vuelta a Blassingame, chico— dijo Lawrence entre risotadas intermitentes. Elevó su mano izquierda y cerró el puño enguantado— No perdí este brazo en la guerra para ser la putita de Quisade Bettany por unos cuantos ceros más en mi nómina. Ni siquiera le debo nada. Lo que hago, lo hago por esta nave y por los que trabajan en ella.
    —Tiene gracia—dijo Trana con una extrema sequedad. Sus labios sonreían, pero sus ojos no.
    — ¿Por qué?
    — Porque el mismo Quisade Bettany puso dinero de su bolsillo para la reconstrucción de su cuerpo, comandante. Varios millones de betts.
    Las risas terminaron como una corriente de agua chocando contra una exclusa de acero. Lawrence empezó a erizarse como un perro; su puño mecánico seguía en alto, y no parecía por la labor de bajar. De no haber estado allí Oak; con total seguridad, Trana habría acabado lamentando la rapidez de sus palabras. Era evidente que no le había gustado que Victor le llamase “chico”; pero devolverle la pelota al comandante con una referencia a su reconstrucción no era la manera más inteligente de contraatacar, al menos para alguien que lo conociera. 
    Desde luego, Trana no lo conocía.
    —Esta nave es mía— dijo Lawrence dándole extremo énfasis a cada palabra—. Después de la guerra, el Consejo Bettany me dijo que podía pedirles lo que quisiera, y yo me llevé esta corbeta. La misma corbeta por la que di la mitad de mi cuerpo. — Concluyó con ademán de negación—.  No hay más que hablar, chico.
    De nuevo, silencio. Trana no estaba dispuesto a darse por vencido tan pronto. Era un sabueso bien adiestrado y no desistía después de cavar el primer hoyo.
    —Quiere a esta nave, ¿verdad, señor Lawrence?
     Al parecer, el delegado había vuelto por sendas más seguras. Victor, por su parte, seguía con el codo apoyado sobre la mesa y el puño alzado. Sin embargo, su mirada tenía un aire permisivo.
    —Como a una mujer hermosa; de cabellos rojizos y ojos verdes.
Trana exhibió una leve sonrisita; pero Oak sabía que Victor no estaba siendo del todo sarcástico. La conexión que tenía con aquel montón de acero y cables iba más allá del mero cariño. La sentía como parte de él más que el brazo que le quedaba, y perderla acabaría por destruirlo.
    —Si yo amara a una mujer de esa manera…— Vaciló deliberadamente—. Bueno, supongo que querría lo mejor para ella. — Trana hizo un rápido barrido visual del habitáculo—. Mire a su alrededor, comandante. Esta nave ha conocido días mejores, y no hay que ser especialmente observador para darse cuenta. Eso por no mencionar el escaso número de la tripulación, ¿cincuenta personas para mantener una nave preparada para un mínimo de centenar? Por el amor de Dios, señor Lawrence: está poniendo en peligro la vida de sus hombres.
    Más silencio. Lawrence seguía con una postura defensiva, pero algo en su mirada daba a entender que las palabras del delegado habían desplazado el polvoriento sistema de engranajes de su cabeza. Estaba empezando a dudar, y Oak lo sabía.
    —Un buen sueldo— continuó Trana, enumerando con sus finos y oscuros dedos—, la oportunidad de volver a trabajar para el gobierno, poder reformar su nave… De ser ustedes dos, yo me lo pensaría con bastante detenimiento.
     Por primera vez en varios minutos, Trana miró directamente a Oak.
     — ¿Señor Virta?— inquirió.
     Curiosamente, llevaba tanto rato estudiando las posibles reacciones y el comportamiento de su compañero que apenas había pensado en su propia opinión. Aquella situación le concernía tanto a él como al comandante. Contestó con rapidez, pero sus palabras fueron lo suficientemente convincentes.
    —No voy a volver a trabajar para el presidente. Al menos él estará igual de contento que yo de no volver a vernos las caras.
    Trana inclinó la cabeza con aprobación y se volvió hacia Lawrence. Con ese gesto dejó claro que Oak no era el hueso a roer en aquella reunión.
   —Comandante: si se niega a aceptar el pacto, tendremos que llevarnos la nave. ¿Es consciente de ello?
   —Completamente.
   —Y, ¿usted está de acuerdo?
   —Desde luego que no— contestó—. No piense ni por un segundo que me voy a quedar de brazos cruzados mientras me la quitan. Di una de mis extremidades por el Fulgor en su momento, y no tengo problema en dar un poco más.
    —Está complicando las cosas innecesariamente, señor Lawrence. — Su voz empezó a exudar un deje amenazante, y su porte encantador parecía haberse tornado autoritario—. Sólo tiene que decir que sí, y el Fulgor Esmeralda seguirá bajo su mando. ¿Qué necesidad tiene de seguir trabajando para la seguridad privada?
    El aludido permaneció en silencio durante unos instantes, atusándose la barba canosa con aire reflexivo. Sus dedos mecánicos, ocultos por el cuero del guante, deshacían los pequeños nudos formados en el pelo.
   —Ninguna, pero es mi decisión.
   Trana cerró la boca y desvió la mirada, aparentemente decepcionado. Volvió a guardar el term en su chaqueta y se levantó de la silla como un resorte, elevándose en sus casi dos metros de altura. Volvía a esgrimir aquella sonrisa conciliadora con la que había empezado la reunión.
    —Caballeros, ha sido un placer charlar con ustedes. Estoy seguro de que mis jefes serán comprensivos con su decisión.
    Ofreció una mano a Lawrence; éste, al otro lado de la mesa,  le correspondió con una mirada vidriosa. Torció un poco la boca y, de nuevo, empezó a vacilar.
    —Antes ha dicho que ha cargado unos archivos en nuestra base de datos— dijo—. Me gustaría echarles un vistazo.
    Trana reaccionó como un chiquillo esperanzado.
    —Entonces, ¿su decisión no es definitiva todavía?
    —Lo será, en cuanto sepa mejor de qué va todo esto. — Miró a Oak—. Algo me dice que es un tema más complejo que una charla de treinta minutos.
    —Por supuesto— repuso Trana, asintiendo enérgicamente—. Me quedaría un poco más pero, por desgracia, tengo otros asuntos que atender esta tarde. Unos directivos de Roark Industries esperan reunirse conmigo dentro de una hora para ultimar algunos detalles de nuestro acuerdo. Desde luego, va a ser un encuentro mucho más pesado que éste. —Se apretó un poco la corbata—. Mañana volveré. Sobre las siete de la mañana, ¿les parece bien que nos veamos en la entrada del hangar? No creo que necesitemos mucho tiempo.
     Lawrence asintió con una inclinación de su mentón apenas perceptible. Trana estuvo quieto durante unos segundos, esperando una respuesta. En cuanto se percató de que aquél encuentro no iba a dar más de sí, se giró hacia Oak. No le tendió la mano.
     —Espero que pensar sobre esto más detenidamente le ayude a cambiar de opinión.
     —Y yo— contestó, sin esforzarse demasiado en disimular su sarcasmo.
    El comandante se levantó de su silla y abandonó la sala cojeando pesadamente y sin mediar palabra. Trana lo siguió con sus ojos oscuros y vibrantes. Cuando Lawrence desapareció por la puerta y sus pasos se perdieron en el pasillo, su mirada se posó en Oak. La sonrisita triunfante oculta en su rostro le contrajo el estómago.
   Se habían quedado solos, uno frente al otro; Oak tenía que doblar el cuello para mirarle directamente.
    Antes de que Trana le asediara con una de sus oportunas preguntas, Oak se adelantó:
    —Tengo curiosidad, Jan Trana.
    El delegado arrugó el entrecejo y contempló a Oak con la misma perplejidad de alguien que ha visto hablar a una piedra.
     — ¿Curiosidad? ¿Sobre qué, Mayor?
     —Si lo que quieren sus jefes es llevarse el Fulgor Esmeralda, ¿por qué no hacerlo directamente? ¿A qué viene esta farsa? No tiene sentido echar un pulso con Lawrence y conmigo para que entremos en su programa.
     La sonrisa de Trana se estiró con cierta picardía, como si en el fondo hubiera esperado aquella pregunta desde el principio.
     — ¿Por qué no?— repuso— Victor Lawrence forma parte de esta nave tanto como el acero nux que pisamos ahora mismo. Para nosotros, tener el Fulgor en nuestra flota sin su comandante sería como tenerlo sin un reactor. Podemos sustituirlo, por supuesto; pero estaríamos sacrificando la identidad única de esta nave.
     —Así que todo se reduce a un problema de identidad.
  Oak profirió una pequeña carcajada.
    —Y, ¿qué hay de mí?—preguntó—. ¿Vengo incluido en el lote?
    —Usted—. Trana utilizó un tono a medio camino entre la pregunta y la afirmación—. Dale Virta; ex mayor de la Armada del Consejo. Miembro de la mítica Legión Escarlata. Salvador del planeta Malevich. Héroe de guerra y condecorado más allá de lo imaginable. Alguien que podría haber llegado a la cúpula militar de haber seguido en el ejército—. Dio un paso hacia delante. Oak se sintió como un niño a su lado—. Por supuesto que viene incluido en el lote, señor Virta.
     Trana olvidó la parte en que Oak y la mítica Legión Escarlata liberaban una mortífera pandemia a escala galáctica. Aun así, aceptó el cumplido con una sonrisa bobalicona y un lánguido apretón de manos.