El tramo hacia el mediodía transcurrió con una
tensa normalidad. Oak se había despedido de Lawrence junto al Fulgor y esperó
no volver verle hasta la reunión. Sentía una ferviente necesidad de poner todas
las ideas en orden en su cabeza, que parecía albergar un tornado en. Pensó que
alejarse del comandante haría más fácil este proceso; pero se equivocaba.
Magrog intentó hablar con él en su camino de vuelta
a la terminal, pero el joven pronto desistió. Oak no tenía la mente en su
sitio, y lo que le entraba por un oído se escapaba como una fugaz brisa por el
otro. Había un caldo de temores
arremolinándose bajo su pecho y el mundo que le rodeaba estaba impregnado de
una enfermiza aura de irrealidad. Incluso el aire se le antojaba distinto.
Aquél olor a aceite y caucho empezó a provocarle náuseas.
Si
hubiera dado rienda suelta a sus pensamientos durante el almuerzo, cualquiera
podría haber pensado que Dale Virta sobredimensionaba la situación tanto como
el cascarrabias medicado de Victor Lawrence; Oak lo sabía. Pero no fue el
mensaje inscrito en aquél papelucho amarillento lo que había retorcido sus
entrañas más allá de lo soportable. Oh, no; en absoluto.
Un sonoro
“toc, toc” había reverberado en su interior, extendiéndose como un frío que le
calaba hasta los huesos. Era el pasado, llamando a su puerta, con una sonrisa
de oreja a oreja que decía: “¿Me has echado de menos, cabronazo?”.
En el
mundo real, más allá de su tormenta interna y de las paredes de su abarrotada
cabeza, sus compañeros devoraban con avidez
la apetecible y humeante comida
precocinada depositada en sus bandejas de latón. Aquella visión era
comprensible si se tenía en cuenta la imprevista prolongación de su última
misión de escolta y la discutible calidad de los alimentos a bordo del Fulgor.
Pocos temas de conversación surgirían mientras
quedara un montoncito de arroz sobre la mesa. Oak, inmerso en sus circunstancias,
batió su ración con el tenedor hasta dejarla reducida a un viscoso mejunje. Aunque
lo hubiera intentado, no habría podido disfrutar de un solo bocado; la comida
apenas tenía sabor en su boca.
Magrog,
sentado a su izquierda, comía con la voracidad habitual de la gente de su edad.
Oak se alegró al ver que rompía el hielo mientras entablaba esporádicos y
desenfados coloquios con sus nuevos compañeros. A su derecha estaba Alex, uno
de los mellizos Hove, que lanzaba fugaces miradas a la comida que quedaba en su
bandeja. Cuando Oak se percató de sus intenciones, le ofreció las sobras con un
ademán gentil y teatral.
—Adelante— dijo—, sé que estás deseando. Yo no tengo hambre.
Sin
mediar más palabra, Alex extendió el brazo con agilidad, agarró la bandeja y la
arrastró hacia él. Oak esbozó una sonrisa ante aquella falta de pudor tan
sencilla y campechana.
—Gracias, Oak— dijo Alex con la boca llena de arroz—. Hoy mi estómago es
un pozo sin fondo. Este mejunje me sabe a manjar de reyes.
— ¿Y tu
hermana?—inquirió Oak—. Pensé que vendría a comer con nosotros; antes la he
visto saludándonos desde el puente.
— ¿Yana?— farfulló
Alex, sin levantar la cabeza de la bandeja. Los mechones de cabello rubio casi
rozaban la comida—. Yo también pensé que vendría; pero al final se quedó en la
nave, con sus ordenadores. Ya sabes cómo es.
Lamentó aquello. La espera para la reunión estaba
resultando más peliaguda de lo que había augurado en un principio. Se había
dado cuenta que no era capaz de poner en orden sus pensamientos sin
exteriorizarlos con otra persona. Una conversación sobre el tema con alguien
que no fuera Lawrence, para variar, no le habría venido mal. Tampoco iba a
arriesgarse a soltar la bomba durante la comida y aguarles el pequeño recreo a
sus compañeros.
De
repente, como si hubiera escuchado sus
pensamientos, Alex levantó la cabeza del plato y observó a Oak con un brillo inquisitivo
en sus ojos azules.
—Pasa
algo, ¿verdad?—dijo —. No me mientas: antes te he visto hablando con Lawrence. Nunca
le había visto con esa cara, te lo aseguro.
Oak
guardó silencio y asintió con una leve sacudida de cabeza.
—Lo
sabía— continuó Alex, sin expresar mayor sorpresa—. En realidad, todos lo
sabemos; pero lo dejamos estar. Como si no fuera a mordernos el culo si
evitamos el tema.
—Un
momento. —Oak le frenó con un gesto de su mano— ¿Lleva mucho tiempo así?
—Desde
que te fuiste de permiso, más o menos— afirmó—. Lawrence no está en lo que
está. Siempre ha tenido un poco de mal genio; pero últimamente parecía más
distraído que otra cosa. Andaba de aquí para allá, dando vueltas por el puente
de mando, como un abanto mareado. Apenas hablaba con los operarios o los
oficiales, y siempre se retiraba temprano a su camarote.
Oak
pensó con cautela qué decir a continuación. Aferró su vaso y apuró el poso de
refresco que quedaba en el fondo.
Confiaba
en Alex, y en otras circunstancias no habría tenido pelos en la lengua para
informarle sobre la situación. Sin embargo, aquello se salía de la gráfica. Por
muchas sospechas que la actitud de Lawrence pudiera generar entre el resto de
la tripulación, nada podía prepararlos para la probable pérdida de la nave. De
llegar a ser todo una falsa alarma, no estaba dispuesto a hacer cundir el
pánico sin necesidad, aunque sólo fuera por unas pocas horas.
Alex soltó
la pregunta, por fin:
— ¿De qué habéis hablado?
Decidió
recurrir a la omisión de información.
—Parece
que esta tarde vamos a recibir la visita de un dignatario gubernamental. —Depositó
el vaso de acero sobre la mesa con suavidad—. El comandante y yo nos reuniremos
con él.
—Ah. —
Alex no parecía satisfecho del todo— ¿Para qué? Creía que el comandante ya no
tenía nada que ver con ellos.
Oak se
encogió de hombros.
—Es lo
único que sé— mintió —. Supongo que en cuestión de unas horas lo averiguaremos.
Para su
sorpresa, Alex pareció conformarse con aquella suposición. Se encogió de
hombros y volvió a hundir la cabeza en la bandeja para engullir lo que quedaba
de comida.
En la
mesa, la mayoría ya había dejado los cubiertos y comenzado diversas
conversaciones entrecruzadas. Logan, en una de las esquinas, refunfuñaba a
voces sobre la subida de los precios arancelarios dentro del espacio del
Consejo. Flanqueándole, Austin y Wendell asentían con vehemencia a cada palabra
que salía por su boca. Justo en el extremo opuesto a Logan, Darius estaba
contando una anécdota tan graciosa que sus propias carcajadas no le permitían
continuar. En su ataque de risa, dio un par de puñetazos sobre la mesa, haciendo
vibrar la treintena de bandejas metálicas que había sobre ella.
— ¿Sabéis
lo peor de todo?— siguió Darius tras recobrar un mínimo de compostura. Su rostro
estaba rojo como el tomate y las lágrimas casi escapaban de sus ojos—. ¡Tuvo
que quedarse dentro toda la noche, hasta que volvió el encargado por la mañana!
Un coro
de risas reverberó en el amplio comedor. Oak ni siquiera sabía cuál era el chiste de la
historia que había contado el falvino; pero ver reír con aquella franqueza a
sus compañeros alivió un poco la pesadez
bajo su pecho.
La tarde
vino acompañada de unos espesos nubarrones que tronaban con malas intenciones.
Lanzando recelosas miradas al cielo, Oak recorrió en solitario el largo camino
hacia el hangar 09, una gigantesca estructura cúbica que daba cobijo al Fulgor
Esmeralda. Ubicada en aquél enorme espacio, ensombrecida y sin ningún
hombrecillo de traje blanco pululando a su alrededor, la nave presentaba un
aspecto ciertamente sosegado.
En el
interior, los pasillos presentaban un aspecto fantasmagórico. Las luces
auxiliares del techo proyectaban sombras largas bajo las cajas y bidones esparcidos
por doquier. Tanteando el terreno por el que pisaba, Oak se abrió camino a
través de los corredores, alfombrados por la neblina residual de los
refrigeradores. Sus pasos reverberaban hacia las entrañas metálicas de la corbeta
como una piedra engullida por un pozo.
El
montacargas de la bodega, por el cual se accedía a la nave desde tierra, se
encontraba justo bajo la cubierta de ingeniería; la sección más trasera del
Fulgor. Esto suponía un trayecto de unos veinte metros de corredor hacia la
antigua sala de conferencias, situada en la sección central. Tras tropezar tres
veces con las cajas y cables dispuestos aleatoriamente en su camino, Oak se
detuvo para sacar la pequeña linterna que guardaba en el bolsillo. Mientras
palmoteaba sobre sus vaqueros, percibió el eco de unos pasos que se acercaban
desde la oscuridad del corredor. Era un trote ligero; desde luego de alguien
mucho menos pesado que Lawrence. Alguien que tampoco cojeaba de una pierna.
Cuando
palpó el bulto de la linterna en su bolsillo, un resplandor dobló la esquina
del pasillo y le deslumbró, obligándole a taparse los ojos con un quejido. La
luz se apartó rápidamente.
— ¡Ah!
Ahí estás. — Era la voz de Yana, con su marcado deje nasal—. No esperaba que
vinieras tan pronto.
Oak sacó
la linterna, no mucho más grande que su pulgar, e iluminó a la muchacha con un
círculo de luz azulada. El haz era tenue y apenas la hizo fruncir el ceño
cuando lo dirigió directamente a su rostro.
— Quería
hablar un poco con Lawrence antes de la reunión. — Le restó importancia con un
ademán—. ¿Y tú? ¿No vienes a saludarme?
A pesar
de la ausencia de luz, Oak pudo distinguir una amplia sonrisa apareciendo en el
rostro de Yana como una media luna. La chica corrió hacia él, haciendo oscilar su
coleta tras ella. El abrazo cogió desprevenido a Oak, que recibió el gesto con
los brazos extendidos y en una postura ciertamente hierática. Instantes
después, como movido por un espasmo, correspondió aquella muestra de afecto
envolviendo con sus brazos los finos hombros de su compañera.
—Te he echado de menos— dijo. Sus palabras
chocaron contra el pecho de Oak.
—Tres
meses.— Oak la apartó con gesto delicado e intentó vislumbrar sus ojos en las
sombras—. ¿Tan terrible ha sido?
—Tres
meses y medio, para tu información.
En los
días que había pasado en Pittsburg, Oak estuvo cerca de olvidar la ausencia de
Yana durante el trimestre anterior. Sólo verla aquella mañana saludando desde
el puente le hizo recordar.
En un
ademán preocupado, Oak sostuvo delicadamente el brazo de la chica; pálido y
resplandeciente bajo la trémula luz de su linterna. La cicatriz había sanado y,
sorprendentemente, se había reducido a un trazo rectilíneo desde el codo hasta
la muñeca, perfectamente cauterizado. Ciertamente, esperaba un aspecto mucho
peor después del estado en que se encontraba el día del accidente. Aquél
recuerdo le erizó el bello de la nuca.
—Tiene
mucho mejor aspecto— apreció—. Me alegra verte de nuevo a bordo.
Yana se acarició
la cicatriz con el dedo índice, distraída.
—Lo
cierto es que me han venido bien estas vacaciones. —Dio media vuelta y empezó a
caminar por el corredor. Oak la siguió dando pasos pausados—. Salvo las
primeras semanas, claro. Aquello es mejor dejarlo para el olvido.
Soltó
una risita que resultó algo penosa. Tras un breve silencio, cambió radicalmente
de tema. Oak lo consideró una sabia decisión.
—Qué tranquilidad. Ver la nave sin esos
hombres de blanco correteando de un lado a otro. ¡Dios mío! Menos mal que no han encontrado a ningún
cabroncete microscópico pegado a nuestras ropas—. Antes de que Oak pudiera comentar
nada, Yana señaló hacia delante—. Lawrence está en la sala de conferencias;
será mejor que no le hagamos esperar.
— ¿Es
que ha llegado ya nuestro invitado?— Empezó a olisquear el aire como una
ardilla—. ¿Qué hay del hedor a superioridad inundando la nave?
Yana rio
por unos pocos segundos; luego, negó con la cabeza.
—Ya
sabes cómo se pone; está que se sube a las paredes. — Llegaron a un tramo más
iluminado, y por fin pudieron intercambiar miradas. Oak distinguió la
preocupación palpitando en los ojos color café de la joven—. Supongo que ya
habrás leído el mensaje del gobierno.
—Sí—
contestó él—. Con eso ya tengo para toda una vida.
—Oak—
dijo Yana, aminorando un poco la marcha—, no quiero ser pájaro de mal agüero;
pero ya sabes lo que significa que nos retengan la nave aquí, en Circe. —Empezó
a frotarse los brazos, como si una brisa helada la hubiera azotado—. Estoy un
poco asustada.
Sus
temores estaban más que justificados, aunque Oak prefirió no avivarlos; no
tenía ningún sentido hacerlo. Si había algo que detestaba, era el pesimismo en
la gente joven. Palmeó el hombro de la chica e intentó esbozar la sonrisa más
despreocupada de todo su repertorio.
—Han
tenido diez años para requisarnos la nave, Yana—dijo—. El gobierno no tiene por
qué esperar para hacer este tipo de cosas. ¿Por qué iban a reunirse con
nosotros antes de darnos la patada en el culo?
Yana
torció una sonrisa. Llegaron a un tramo de corredor en que los cables de
alimentación se derramaban de una rejilla abierta del techo como lianas
multicolor. Tuvieron que doblar el espinazo para pasar por debajo y apartar
algunos con las manos como si de una cortina de hiedras tratara. Oak no sabría
decir si aquella era la causa del apagón en los pasillos posteriores. De todas formas, prefirió dejar a un lado
preguntas al respecto; en aquel instante, no había cabida para más
preocupaciones en su cabeza.
— ¿Dónde
te has metido durante la comida? Tu hermano estaba allí.
—Ah. —
Yana se llevó la mano a la frente, como si hubiera recordado algo de gran importancia—.
Lawrence ha intentado contactar como loco con la directiva de la empresa; he
pensado que dejarlo a solas con la terminal de telecomunicaciones no era lo más
sabio.
Oak la
observó con expectación.
—Así que
he decidido asistirle.
— ¿Y bien?— inquirió él—. ¿Ha habido suerte?
Yana se
mordió el labio inferior y negó con la cabeza.
—Dos
horas de intentos consecutivos, y lo único que hemos conseguido de la central
es que nos pongan en espera. Indefinidamente, por supuesto.
Industrias
Roark ya estaba al corriente; por supuesto, ya se habrían lavado las manos.
Aquello no hacía más que ponerse mejor y mejor a cada momento que pasaba.
— ¡Ah!—
exclamó Yana. Su voz parecía haber recuperado su jovialidad natural— ¿Ése que
he visto contigo es el chico de la academia? ¡Dime que sí!
Durante
su convalecencia, ella y Oak habían mantenido contacto esporádico a través de
la omnired. Yana había estado al corriente de todos los pasos importantes que
había dado Magrog hasta llegar a la tripulación del Fulgor, por lo que Oak
comprendió su entusiasmo.
—Así es—
asintió, contento de haber dejado a un lado los temas escabrosos—. Me ha
costado guerrear un poco con los jefes; pero por fin he conseguido meterlo a
bordo. Mag es un buen chico, se lo merecía.
—No
sabes cuánto me alegro— se apartó un mechón de cabello rubio del rostro y lo
colocó tras su oreja. Sonreía, pero una sombra de nerviosismo aún asomaba en
las comisuras de sus labios—. A decir verdad, Dale; nunca creí que fueras a
apadrinar a nadie a estas alturas. ¿No eras tú el que detestaba a sus fans?
Oak
soltó una carcajada. Parecía que había pasado una eternidad desde la última vez
que rio con sinceridad.
—Magrog
no es un simple admirador. Nunca se me ha dado bien definir a las personas;
pero él tiene algo que los demás chicos de la academia no tenían.
Yana le
observó, arrugando su nariz inundada de pecas.
—Es
especial— concluyó—, y sincero. Sobre todo sincero. Estoy seguro de que
encajará a la perfección en la nave.
Pronunciar aquellas palabras fue como darse una puñalada en el estómago.
Había estado tan inmerso en sus propias inquietudes que había olvidado por
completo la situación de Mag. Si se confirmaba que el Consejo iba a requisar el
Fulgor Esmeralda, el futuro de su joven pupilo pasaría a estar en una situación
bastante precaria. Eso descontando todas sus ilusiones y esperanzas, rotas y
pisoteadas justo cuando ya saboreaba la miel en sus jóvenes labios.
Siguieron
su camino a través de los corredores y no intercambiaron más palabras hasta
llegar a su destino. No fue un silencio incómodo, al menos para Oak; era un
silencio bastante elocuente.
La
antigua sala de conferencias era un habitáculo amplio, quizá el más espacioso
de la nave descontando el puente. Tras su salida de la armada del Consejo,
Lawrence consideró oportuno convertirla en un almacén de trastos con escasa
utilidad. Había tanques de combustible amontonados contra la pared sur, tapando
por completo la ostentosa insignia de la armada impresa en ella; la mayoría de
los bidones estaban vacíos, y su función no iba más allá de la de acumular una
densa capa de polvo. De la vieja y larga mesa que había presidido la estancia
en el pasado no quedaba rastro alguno. En su lugar se alzaba una desastrosa
pirámide de cajas de aparejos y enormes rollos de cables sin usar. Para
terminar de dar un aspecto pintoresco a la sala, varios de los tubos luminosos
del techo titilaban de forma irregular.
Bajo una de esas luces parpadeantes estaba
Lawrence, de brazos cruzados y con el ceño ensombrecido sus ojos.
— ¿Sabes
algo?— le preguntó Oak, sin rodeos— ¿Han contactado contigo, o algo?
El
aludido negó con la cabeza, lentamente.
—Sólo sé
lo que dice en el mensaje. Tampoco hay manera de contactar con ellos desde la
nave, así que todo lo que nos queda es esperar.
Lawrence
empezó a caminar por la sala, mirando hacia todos lados y dando pasos
distraídos.
—Un
lugar perfecto para tener nuestra pequeña reunión, ¿no crees?— dijo,
carraspeando un poco—. Un buen recordatorio lo jodidos que estamos. — Cogió una
de las cajas metálicas del montón y la utilizó como asiento improvisado— ¿Has
visto a alguien de camino aquí?
Oak
supuso que con “alguien” se refería a varios coches con los cristales tintados
aproximándose al hangar. Negó con la cabeza.
—Bien. —
Lawrence se dirigió a la chica— Yana, quiero que quede constancia de todo lo
hablado entre estas cuatro paredes. —Su voz volvió tomó un cariz férreo, orgulloso
— ¿Has encendido ya las cámaras?
—Las dos
están colocadas y listas— afirmó la chica. Alzó el brazo y señaló a ambos
extremos del habitáculo. Oak advirtió unas pequeñas luces rojas vibrando en las
sombras—. Las pondré en marcha tan pronto como empecemos.
No iba a
preguntar si aquello era, tan siquiera, legal. Tampoco le dio mayor
importancia. Si perdían la nave ante el gobierno, de nada serviría estudiar la
conversación cientos o miles de veces. La realidad era que ninguna prueba
podría salvarles ante una situación así.
Después de recibir una generosa subvención
por cortesía de la Oficina Presidencial, Industrias
Roark se desentendería rápidamente de cualquiera de sus naves, aunque se
tratara del único y legendario Fulgor Esmeralda. Pensar lo contrario rayaba en
lo ingenuo. Tan sólo había que echar un breve vistazo alrededor para darse
cuenta de lo fácil que lo tenía Quisade Bettany para estirar su presidencial
brazo y recuperar su querida joya.
Exteriormente, el Fulgor era una nave claramente vieja. Algo desgastada,
sí; pero sólida y orgullosa. En su
interior, en cambio, presentaba un aspecto cercano a lo lamentable. Oak había
perdido la cuenta de las averías menores pendientes de ser arregladas. Una de
las más serias se encontraba en el soporte vital, incapaz de suministrar aire limpio
a los niveles inferiores de la cubierta de ingeniería. No en pocas ocasiones
había visto a Chris descender por la escalerilla de servicio con una máscara de
oxígeno cubriéndole el rostro. Y aquello no era todo: no había que olvidar el
fallo en algunas placas gravitacionales de la bodega, con unos efectos un tanto
curiosos. De vez en cuando podían verse cajas y pequeñas herramientas flotando
contra el techo, como si un endiablado poltergeist
estuviera jugueteando en su patio de recreos favorito.
El accidente de Yana fue la guinda del
pastel. Cualquier inspector del sector público los habría empapelado hasta las
cejas por ello, tanto a Lawrence como a él. No obstante, como suele pasar con
los idiotas, tuvieron la mayor suerte del mundo. La chica mantuvo las
apariencias y Oak tuvo que soportar uno de los momentos más bochornosos de su
vida viéndola mentir ante la directiva de la empresa.
Yana, una
muchacha con edad para ser su hija y con
el brazo agujereado por cinco esquirlas de metal, defendiendo a un par de
capullos incapaces de mantener a flote un barco que había hecho aguas durante
años.
Vista
desde esa perspectiva, la posible actuación del gobierno no le parecía tan
terrible e indigna. Aquello sonaba más a una buena dosis de justicia.
La
comitiva llegaría una media de hora después. En el transcurso de ese tiempo,
Oak y Lawrence rescataron la vieja mesa de las profundidades de la bodega, la
colocaron en el centro de la sala y acondicionaron mínimamente el lugar para el
encuentro. El comandante inspiró entre dientes al trasladar el peso de las
cajas entre sus brazos. Aquélla exhibición de dolor resultó inusitadamente
sutil en comparación a lo que Oak estaba acostumbrado.
Después
de convertir su almacén improvisado en algo similar a la sala de conferencias
que fue en el pasado, Lawrence ordenó a Yana que bajara el elevador de la
bodega para que el comandante y el
segundo de abordo pudieran salir a recibir a su invitado. Como era de esperar,
la lluvia había empezado a caer en el exterior del hangar, por lo que esperaron
en el umbral de la gigantesca compuerta
sin intercambiar poco más que miradas inquietas.
—No he preguntado— dijo Lawrence, pasados
unos minutos. —, ¿qué tal te ha ido en la ciudad estas semanas?
Habló sin mirarle a los ojos. Oak no supo
discernir si aquélla era una pregunta sincera o un intento forzado de romper el
silencio y matar un poco el tiempo. De todas formas, le respondió de buena
gana.
—Bien— reconoció—. Me he pasado casi todo
el tiempo preparando el papeleo de Mag en la central.
Victor soltó un amago de carcajada.
— ¿Esas han sido tus vacaciones?— Se giró y
empezó a observarle de arriba abajo, como si buscara algo fuera de lo normal en
su aspecto. Fue entonces cuando Oak le vio sonreír por primera vez en todo el
día. — Desde luego eres de lo que no hay, Dale. Si era sólo por eso, podías
habérmelo dicho y habría mandado a alguno de los chicos en tu lugar.
Un relámpago rugió en el exterior, y la
lluvia pareció endurecerse por momentos.
—Lo
sé; pero no fui a Pittsburg sólo por Magrog.
Victor abrió la boca y volvió a cerrarla
rápidamente, como si se hubiera tragado una mosca invisible. Luego asintió,
comprensivo.
—Bueno, en ese caso yo no habría podido
hacer nada. — Se atusó lentamente la barba y habló con lentitud, como meditando
cada palabra que pronunciaba—. ¿Ha ido bien esta vez?
Oak miró a los ojos grises del comandante,
y si aquello no era curiosidad sincera, el viejo cascarrabias que tenía a su
lado era un talentoso actor desaprovechado.
—Como siempre— dijo intentando sonar
indiferente—. Cumplió los quince en Julio y el mes
pasado lo trasladaron a una nueva ala. Ya sabes, un módulo para los más
mayores. Por lo demás, sigue exactamente igual; no he visto que haya empeorado.
—¿Y Tess?— preguntó Lawrence— ¿Ella está
bien?
Oak esbozó una sonrisa torcida.
“Tess”, un diminutivo cariñoso para Theresa.
¿Cómo podía haberse olvidado de ella? Oír su nombre le trajo una sensación de
aspereza en el paladar, como si se hubiera quemado al probar un estofado
demasiado caliente. Su perfume también voló hacia sus fosas nasales, aunque no
en sentido figurado. Le había acompañado todo el día. De hecho, lo llevaba en
la ropa, aunque no se dio cuenta hasta ese justo instante. No era demasiado
extraño: había estado con ella dos días atrás, y él, fiel a su estilo, no se
había cambiado de chaqueta en todo ese tiempo. El olor habría sido casi
imperceptible para cualquier otra persona, pero no para él. Nunca supo qué
perfume usaba; nunca se lo preguntó. Sabía que era un aroma suave y que le
provocaba un ligero cosquilleo en la nariz. También sabía que le evocaba el
color granate de su cabello y el deje cantarín de su voz. Pero lo cierto era
que todo aquello no avivaba una
sensación agradable bajo su pecho. Ni por asomo.
—Está bien— dijo, manteniendo el tono
indiferente—. ¿Qué digo? Mejor que bien: le va de perlas. Ahora está saliendo
con un violonchelista de su orquesta. Uno con un
nombre portugués. “Reginaldo”, o algo parecido. Ya no me acuerdo.
A pesar de todos sus esfuerzos por fingir
despreocupación, un tono desdeñoso se había manifestado en su último
comentario. Victor volvió a asentir con cariz comprensivo y desvió la vista al
frente, sin decir nada. Incluso el viejo capitán sabía cuándo no era bueno
meterse hasta las rodillas en terreno pantanoso.
—Me alegro por ella— concluyó Oak.
El delegado del
gobierno llegó un par de minutos después en un flamante landbrawler de ruedas gruesas y morro amenazador. Cuando el vehículo
llegó al hangar y se detuvo frente a ellos dos, Oak tuvo la sensación de estar
frente a una bestia que bramaba por engullirlos de un momento a otro. En lugar
de eso, una de las puertas laterales se abrió, esparciendo pequeñas gotas de
lluvia sobre el suelo. Del interior salió el que, sin lugar a dudas, era el
individuo que habían estado esperando.
Incluso en una tarde lluviosa y sombría como
aquélla, el delegado era una de esas personas capaz de iluminar el lugar con su
mera presencia. En la distancia ya parecía mucho más alto que Oak e iba vestido
con un traje negro impoluto que realzaba su figura; al acercarse a ellos, esa
sensación de pequeñez aumentaba todavía más. Era mestizo, y en su camino hacia Oak y Victor esgrimió una
sonrisa de dientes perfectamente blancos y alineados que habría derretido a
cualquier jovencita que se le hubiera puesto por delante. El problema estaba en
que el único público asistente al espectáculo constaba de un anciano hasta las
cejas de inmunodepresores y un veterano de guerra que había dormido con la ropa
que llevaba puesta.
— ¡Buenas tardes, caballeros!— exclamó,
abriendo una boca con capacidad suficiente para albergar un coco. Luego extendió
una mano hacia Lawrence— Me llamo Jan Trana. Mucho gusto en conocerle, comandante.
Victor le respondió con un tono de voz no
más agradable que un montón de rocas precipitándose por una pendiente.
—El gusto es mío.
Trana se volvió hacia Oak y procedió de la
misma manera, envolviendo la mano de
Dale con unos dedos largos y oscuros.
—Mayor Virta; me alegra ver que va a
participar en nuestro pequeño encuentro.
Seis años habían pasado fuera del ejército,
y aun así seguían refiriéndose a él como “Mayor”. En lo que llevaba de día ya
se lo habían dicho dos veces. Empezaba a creer que lo hacían para tocarle las
narices, y no por un simple desliz. No respondió. Se limitó a estirar las
comisuras de sus labios tanto como pudo y exhibir la sonrisa más forzada que
había esbozado en su vida.
Del coche habían salido tres hombres
ataviados con los trajes azules del Servicio de Seguridad
del gobierno. Oak reconoció a uno de ellos; concretamente, al conductor.
Sabía que lo había visto en varias ocasiones en las noticias de la omnired,
asomando tras la espalda de varios altos cargos del Consejo, como si de un
extraño complemento estético se tratara. Era un tipo calvo y corpulento; quizá
no tan alto como el delegado, pero con un aspecto mucho más imponente. No sabía
cómo se llamaba. Ni siquiera estaba seguro de haber escuchado su nombre nunca.
De lo único que estaba seguro era que, si estaba allí como escolta, Jan Trana
era un pez más gordo de lo que habían imaginado en un principio.
El delegado se giró e hizo un gesto a sus
hombres para que se aproximaran. Éstos respondieron con pasos rápidos y metódicos, haciendo resonar el
sonido de sus zapatos en todo el hangar con una reverberación que rayaba en lo
incómodo.
Trana extendió su largo brazo hacia el
Fulgor.
— ¿Podemos comenzar?
—Sí— respondió Victor, persistiendo en su
deje áspero—. Síganme.
Jan Trana ordenó al
grandullón que esperara junto a los otros dos guardaespaldas en el corredor,
fuera de la sala de conferencias. Oak vio cómo le decía algo en voz baja al
grandullón. Éste asintió con aire sumiso y se apartó de su lado inmediatamente
como un sabueso obediente. Cuando Oak pasó junto a él, sintió cómo un aliento ardiente le alborotaba el
flequillo. Aquella sensación le hizo encogerse involuntariamente de hombros. Cuando
la compuerta siseó al cerrarse tras ellos, la expresión risueña de Trana se
tornó un tanto gélida. Sin mediar palabra, fue hasta la mesa y se sentó en una
de las sillas de los extremos. Oak y Lawrence se acercaron a él con la lentitud
de dos niños que pasan junto a un perro rabioso. Lawrence tomó asiento en el
extremo opuesto de la larga mesa, lo cual lo situaba a una distancia ridícula. Oak
decidió permanecer de pie. El delegado empezó
a tamborilear con los dedos sobre la mesa de forma sonora y aparentemente
deliberada.
—Bien— dijo—. Supongo que podemos dar
comienzo a nuestra pequeña reunión ¿No creen?
Lawrence le observó en silencio y abriendo
mucho sus ojos enrojecidos. Aquél era un gesto que le hacía parecer bastante
más viejo de lo que era. Trana carraspeó un poco y continuó, su sonrisa
haciéndose cada vez menos pomposa. Sus oscuros ojos se posaron en Oak.
—Siento que mis superiores hayan tenido que
recurrir a la retención del Fulgor Esmeralda en puerto. Dada la persistencia
del comandante en ignorar nuestras peticiones anteriores y…
— ¿Cómo?— Oak reaccionó como un resorte.
Por cómo suspiró Lawrence, dedujo que las palabras de Jan Trana eran totalmente
ciertas— Vais a tener que explicarme eso.
Trana empezó a hacer cálculos mentales con
un ademán petulante. Al otro lado de la mesa, Victor seguía desinflándose como
un balón agujereado.
—Sin contar este último comunicado: tres. A
lo largo del pasado mes.
Oak no se sintió sorprendido, después de
todo. Enfadado, impotente; pero no sorprendido. Lawrence no era lo que se
podría decir un gran mentiroso; cuando ocultaba algo, su rostro y
comportamiento eran tan elocuentes como una valla publicitaria. Oak había
percibido aquella modulación, pero tenía la fea costumbre de no esperar lo peor
de cada situación.
—Podrán comprender el escaso margen de
opciones que nos han dejado. — Trana acarició su cabeza rasurada con una
calculada lentitud—. Ya no veíamos otra manera de reunirnos con ustedes que
retener la nave en Circe.
—Pues ya tienen lo que querían— dijo
Lawrence—. Va a disculparme, señor Trana; pero no sé qué malditas cuentas tengo
que dar yo ante sus jefes. Nuestros caminos se separaron hace diez años,
después de la guerra. Si he ignorado sus avisos es porque…
Trana enseñó la palma de su enorme mano, y
Lawrence cerró la boca al instante, como si de una sencilla técnica hipnotismo
se tratara. Oak nunca había visto al comandante reaccionar de aquella manera
ante un ademán tan simple, y mucho menos antes de empezar a despotricar. Trana
se incorporó un poco y entrelazó los dedos sobre la mesa. Su rostro se había
ensombrecido y de su sonrisa tan sólo quedaba una fina línea ligeramente
curvada.
—Por lo que a nosotros respecta, el Fulgor
Esmeralda sigue siendo propiedad del ejército y, por consiguiente, del Consejo
Bettany. Por lo tanto, sí; usted tiene que dar cuentas al gobierno.
—Lo sabía—. Lawrence se levantó dando un
sonoro manotazo en la mesa y señaló a Oak con el dedo. Trana dio un pequeño
respingo—. Te dije que pasaría. ¡Te dije que vendrían con esa tontería de
nuevo!
Oak hizo un gesto con la mano muy parecido
al que había realizado Trana momentos antes. Sólo consiguió que Victor empezara
a farfullar en voz baja.
—Relájate— le dijo, tajante. Luego se
volvió hacia Trana, que seguía sentado y con cara de no haber roto un plato en
su vida—. Con todo el respeto, señor Trana; pero esta nave lleva una década al
servicio de Roark Industries y nunca ha recibido órdenes directas del gobierno.
¿A qué viene este cambio de actitud?
—Precisamente al punto que nos ocupa. —
Extrajo un term de uno de sus bolsillos y empezó a teclear en su superficie
táctil mientras hablaba—. Supongo que se habrán preguntado el porqué de una
reunión tan… particular. En los tiempos que vivimos, con una simple conferencia
a través de la omnired habría bastado. No obstante, mis superiores han sido muy
estrictos en lo referente al carácter personal de este encuentro.— Hizo una
pausa breve, pero lo suficientemente prolongada como para dar a entender que
algo había llamado su atención—. Si no les importa, ¿podrían apagar las
cámaras? No creo que vayan a ser necesarios.
Oak y Victor intercambiaron miradas como un
par de chiquillos sorprendidos en una travesura mientras el delegado los
observaba con aquella condescendencia que sólo podían permitirse las personas
de su posición. Lawrence lanzó un hondo suspiro y desenterró su viejo term de uno de sus bolsillos; luego avisó
a Yana usando abruptos monosílabos. En un instante, los pilotos rojos de las
cámaras desaparecieron en la oscuridad y Trana volvió a sonreír ampliamente.
La
curiosidad habló a través de los labios de Oak:
— ¿Puede decirnos ya cuál es el asunto que
nos ocupa, señor Trana?— Dio un paso hacia delante e intentó no imprimir
demasiada ansiedad en sus palabras—. Porque tengo la impresión de estar en esto
con los ojos vendados.
El aludido apenas apartó la mirada de su
term. En ese momento, Oak percibió algo implícito en el modo de actuar de aquél
hombre. No supo decir qué era, ni siquiera si era algo negativo o positivo;
pero estaba seguro que había una modulación en el lenguaje corporal del
delegado cuando se dirigía a él. Parecía perder el control sistemático de sus
movimientos, cosa que no sucedía mientras conversaba con Lawrence; tampoco
cuando éste empezaba a gritarle.
—Lo que les traigo es una oferta— declaró
con tranquilidad—. Una oferta que, he de añadir, puede resultarles bastante
apetecible, visto lo visto.
Una chispa susceptible iluminó los ojos de
Lawrence.
— ¿”Visto lo visto”?
Trana se acomodó someramente en su silla.
Luego se humedeció los labios y continuó:
—El Gobierno les da la oportunidad de
volver a trabajar a sus órdenes en un nuevo programa del cual, me temo, no puedo
revelar demasiada información. Al menos por el momento. — Dejó el term sobre la
mesa con otro de sus movimientos medidos y se cruzó de brazos en un ademán un
tanto informal, pero no menos calculado—. Por supuesto, eso incluye a su nave,
el Fulgor Esmeralda; siempre bajo su comandancia, señor Lawrence. Precisamente,
acabo de cargar algunos términos de este acuerdo en su base de datos y…
—No.
A Oak le sorprendió la rápida reacción de
Victor. Durante unos instantes, temió que empezase a farfullar y a darle
vueltas al tema una y otra vez. Al contrario; el tono que utilizó fue cortante,
pero asombrosamente sosegado, como si hubiese despertado de un prolongado
letargo con la cabeza despejada.
— ¿Perdón?
—No pienso volver al ejército. Tuve mis
motivos para abandonarlo, y hace ya una década de eso. ¿Qué le hace pensar que
no los mantengo?
Trana recobró un poco la compostura tras la
interrupción y luchó por tomar de nuevo el control de la conversación. A decir
verdad, no lo hizo nada mal:
— ¿Y qué le hace pensar que trabajarían a
las órdenes del ejército? Éste es un programa del gobierno, no de los militares.
— Lawrence se aplacó un tanto. Volvió a la silla y se sentó con movimientos
pausados. — Su error, comandante, está en ver en esto poco más que una
reprimenda por sus faltas pasadas. No es nada de eso. En su lugar, yo lo vería
como lo que es: una oportunidad.
Trana otorgó tanta fuerza dramática a sus
últimas palabras que casi las hizo parecer sinceras.
Casi.
— ¿Han oído hablar de los sistemas del Límite, caballeros?— inquirió.
Estaba claro que aquello no era más que una
pregunta retórica, una excusa para saltar al siguiente punto de su agenda.
Preguntarle a un niño nacido en el espacio del Consejo qué eran los sistemas del
Límite era insultar a su inteligencia.
Una pequeña fracción de Tierra de Nadie que limitaba con la frontera, no más
grande que un cuadrante y con un puñado de estados independientes azotados por
la piratería y el terrorismo. No era una situación nueva en absoluto; aquella
coyuntura se había dado desde la misma formación de esas naciones, hacía poco
menos de un siglo.
Al parecer, el silencio resultó lo
suficientemente elocuente como para invitar a Trana a continuar con su
discurso:
—Ya he dicho que, por ahora, no puedo
revelar demasiado sobre este programa.— Trana extendió sus enormes manos sobre
la mesa y torció la cabeza con suavidad—. Pero puedo decirles que el programa
les llevaría a trabajar en cualquiera de estos sistemas con motivo de las
nuevas políticas bilaterales iniciadas por el gobierno.
Oak
ignoraba qué interés podía haber despertado aquella demacrada franja espacial
en el Consejo Bettany; dudaba mucho que Trana fuera a resolver sus dudas.
— ¿Y qué haríamos nosotros allí?— preguntó
Victor con una sonrisa sarcástica asomando en sus labios— ¿Repartir paquetes de
comida? ¿Suministros? ¿Trasladar a refugiados? No entiendo por qué elegir al
Fulgor Esmeralda para tareas que cualquier otra nave puede hacer. — Oak asintió
sin saber muy bien adónde iría a parar aquella conversación—. Además, el Fulgor
Esmeralda es una nave de guerra y, si no me equivoco, según el Concordato de
Arcadia IV no se pueden…
—… Desarrollar actividades militares en
Tierra de Nadie bajo ningún concepto. Sí, señor Lawrence; yo también conozco
esa parte del tratado.
Hubo una repentina tensión en las
mandíbulas de Trana. Podía interpretarse como un signo de remota crispación.
—Esto es totalmente distinto— dijo—; la
integridad del tratado no peligrará durante el desarrollo del programa.
— ¿Sabe la Unión de
Naciones algo de esto?— preguntó Oak.
—No es competencia mía proporcionarles tal
información, señor Virta— repuso Trana sin inmutarse. — Mi trabajo aquí es
comunicarles las condiciones básicas de este contrato y confirmar su respuesta.
Nada más.
Victor agachó la cabeza, pensativo. Empezó
a juguetear con sus propios dedos.
—Roark Industries— balbuceó—, ¿qué tienen
ellos que decir en todo esto? Son mis jefes, al fin y al cabo.
—Me temo que ya lo han dicho todo, comandante.
El gobierno del Consejo ha compensado a
su empresa por la salida de esta fragata de su flota.
—Eso quiere decir que…
—Ustedes dos pueden negarse a participar en
el programa. Pero el Fulgor Esmeralda no es negociable. Nos lo llevaremos de un
modo u otro.
Un silencio repentino se apoderó de la sala
de conferencias. Podían escucharse los pasos lentos de los tres agentes del DSG que
esperaban en el corredor, así como el continuo tamborileo de Trana sobre la
mesa; un ademán similar al tic-tac de
un reloj. El tiempo corría; y las cartas estaban al descubierto. Victor estaba
muy cerca de explotar.
—Permítanme la intromisión, caballeros. —
La sonrisa de Trana iba ensanchándose hasta alcanzar límites siniestros—: ¿cuál
es su sueldo actual?
—El suficiente—gruñó Lawrence con la agresividad
de un gato arrinconado.
—Trabajen para el programa durante un año y
el sueldo será parte del pasado. — Trana parecía confiado; creía estar llevando
a Lawrence a terreno seguro. Estaba claro que no le conocía—. Lo que les traigo
es una oportunidad única para retirarse con los bolsillos llenos.
El comandante soltó una carcajada profunda
y ronca. No supo decir por qué, pero Oak se sintió contagiado por ella y sonrió
ampliamente. Trana puso cara de no pillar el chiste.
—Puedes llevarte tus sacos de dinero de
vuelta a Blassingame, chico— dijo Lawrence entre
risotadas intermitentes. Elevó su mano izquierda y cerró el puño enguantado— No
perdí este brazo en la guerra para ser la putita de Quisade Bettany por unos
cuantos ceros más en mi nómina. Ni siquiera le debo nada. Lo que hago, lo hago
por esta nave y por los que trabajan en ella.
—Tiene gracia—dijo Trana con una extrema
sequedad. Sus labios sonreían, pero sus ojos no.
— ¿Por qué?
— Porque
el mismo Quisade Bettany puso dinero de su bolsillo para la reconstrucción de
su cuerpo, comandante. Varios millones de
betts.
Las risas terminaron como una corriente de
agua chocando contra una exclusa de acero. Lawrence empezó a erizarse como un
perro; su puño mecánico seguía en alto, y no parecía por la labor de bajar. De
no haber estado allí Oak; con total seguridad, Trana habría acabado lamentando
la rapidez de sus palabras. Era evidente que no le había gustado que Victor le
llamase “chico”; pero devolverle la pelota al comandante con una referencia a
su reconstrucción no era la manera más inteligente de contraatacar, al menos
para alguien que lo conociera.
Desde luego, Trana no lo conocía.
—Esta nave es mía— dijo Lawrence dándole
extremo énfasis a cada palabra—. Después de la guerra, el Consejo Bettany me
dijo que podía pedirles lo que quisiera, y yo me llevé esta corbeta. La misma
corbeta por la que di la mitad de mi cuerpo. — Concluyó con ademán de
negación—. No hay más que hablar, chico.
De nuevo, silencio. Trana no estaba
dispuesto a darse por vencido tan pronto. Era un sabueso bien adiestrado y no
desistía después de cavar el primer hoyo.
—Quiere a esta nave, ¿verdad, señor
Lawrence?
Al parecer, el delegado había vuelto por
sendas más seguras. Victor, por su parte, seguía con el codo apoyado sobre la
mesa y el puño alzado. Sin embargo, su mirada tenía un aire permisivo.
—Como a una mujer hermosa; de cabellos
rojizos y ojos verdes.
Trana exhibió una
leve sonrisita; pero Oak sabía que Victor no estaba siendo del todo sarcástico.
La conexión que tenía con aquel montón de acero y cables iba más allá del mero
cariño. La sentía como parte de él más que el brazo que le quedaba, y perderla
acabaría por destruirlo.
—Si yo amara a una mujer de esa manera…— Vaciló
deliberadamente—. Bueno, supongo que querría lo mejor para ella. — Trana hizo
un rápido barrido visual del habitáculo—. Mire a su alrededor, comandante. Esta
nave ha conocido días mejores, y no hay que ser especialmente observador para
darse cuenta. Eso por no mencionar el escaso número de la tripulación,
¿cincuenta personas para mantener una nave preparada para un mínimo de
centenar? Por el amor de Dios, señor Lawrence: está poniendo en peligro la vida
de sus hombres.
Más silencio. Lawrence seguía con una
postura defensiva, pero algo en su mirada daba a entender que las palabras del
delegado habían desplazado el polvoriento sistema de engranajes de su cabeza.
Estaba empezando a dudar, y Oak lo sabía.
—Un buen sueldo— continuó Trana, enumerando
con sus finos y oscuros dedos—, la oportunidad de volver a trabajar para el
gobierno, poder reformar su nave… De ser ustedes dos, yo me lo pensaría con
bastante detenimiento.
Por primera vez en varios minutos, Trana
miró directamente a Oak.
— ¿Señor Virta?— inquirió.
Curiosamente, llevaba tanto rato
estudiando las posibles reacciones y el comportamiento de su compañero que
apenas había pensado en su propia opinión. Aquella situación le concernía tanto
a él como al comandante. Contestó con rapidez, pero sus palabras fueron lo
suficientemente convincentes.
—No voy a volver a trabajar para el
presidente. Al menos él estará igual de contento que yo de no volver a vernos
las caras.
Trana inclinó la cabeza con aprobación y se
volvió hacia Lawrence. Con ese gesto dejó claro que Oak no era el hueso a roer
en aquella reunión.
—Comandante: si se niega a aceptar el pacto,
tendremos que llevarnos la nave. ¿Es consciente de ello?
—Completamente.
—Y, ¿usted está de acuerdo?
—Desde luego que no— contestó—. No piense ni
por un segundo que me voy a quedar de brazos cruzados mientras me la quitan. Di
una de mis extremidades por el Fulgor en su momento, y no tengo problema en dar
un poco más.
—Está complicando las cosas innecesariamente,
señor Lawrence. — Su voz empezó a exudar un deje amenazante, y su porte
encantador parecía haberse tornado autoritario—. Sólo tiene que decir que sí, y
el Fulgor Esmeralda seguirá bajo su mando. ¿Qué necesidad tiene de seguir
trabajando para la seguridad privada?
El aludido permaneció en silencio durante
unos instantes, atusándose la barba canosa con aire reflexivo. Sus dedos
mecánicos, ocultos por el cuero del guante, deshacían los pequeños nudos
formados en el pelo.
—Ninguna, pero es mi decisión.
Trana cerró la boca y desvió la mirada,
aparentemente decepcionado. Volvió a guardar el term en su chaqueta y se levantó de la silla como un resorte,
elevándose en sus casi dos metros de altura. Volvía a esgrimir aquella sonrisa
conciliadora con la que había empezado la reunión.
—Caballeros, ha sido un placer charlar con
ustedes. Estoy seguro de que mis jefes serán comprensivos con su decisión.
Ofreció una mano a Lawrence; éste, al otro
lado de la mesa, le correspondió con una
mirada vidriosa. Torció un poco la boca y, de nuevo, empezó a vacilar.
—Antes ha dicho que ha cargado unos
archivos en nuestra base de datos— dijo—. Me gustaría echarles un vistazo.
Trana reaccionó como un chiquillo
esperanzado.
—Entonces, ¿su decisión no es definitiva
todavía?
—Lo será, en cuanto sepa mejor de qué va
todo esto. — Miró a Oak—. Algo me dice que es un tema más complejo que una
charla de treinta minutos.
—Por supuesto— repuso Trana, asintiendo
enérgicamente—. Me quedaría un poco más pero, por desgracia, tengo otros
asuntos que atender esta tarde. Unos directivos de Roark Industries esperan
reunirse conmigo dentro de una hora para ultimar algunos detalles de nuestro
acuerdo. Desde luego, va a ser un encuentro mucho más pesado que éste. —Se apretó
un poco la corbata—. Mañana volveré. Sobre las siete de la mañana, ¿les parece
bien que nos veamos en la entrada del hangar? No creo que necesitemos mucho
tiempo.
Lawrence asintió con una inclinación de su
mentón apenas perceptible. Trana estuvo quieto durante unos segundos, esperando
una respuesta. En cuanto se percató de que aquél encuentro no iba a dar más de
sí, se giró hacia Oak. No le tendió la mano.
—Espero que pensar sobre esto más
detenidamente le ayude a cambiar de opinión.
—Y yo— contestó, sin esforzarse demasiado
en disimular su sarcasmo.
El comandante se levantó de su silla y
abandonó la sala cojeando pesadamente y sin mediar palabra. Trana lo siguió con
sus ojos oscuros y vibrantes. Cuando Lawrence desapareció por la puerta y sus
pasos se perdieron en el pasillo, su mirada se posó en Oak. La sonrisita
triunfante oculta en su rostro le contrajo el estómago.
Se habían quedado solos, uno frente al otro;
Oak tenía que doblar el cuello para mirarle directamente.
Antes de que Trana le asediara con una de
sus oportunas preguntas, Oak se adelantó:
—Tengo curiosidad, Jan Trana.
El delegado arrugó el entrecejo y contempló
a Oak con la misma perplejidad de alguien que ha visto hablar a una piedra.
— ¿Curiosidad? ¿Sobre qué, Mayor?
—Si lo que quieren sus jefes es llevarse
el Fulgor Esmeralda, ¿por qué no hacerlo directamente? ¿A qué viene esta farsa?
No tiene sentido echar un pulso con Lawrence y conmigo para que entremos en su
programa.
La sonrisa de Trana se estiró con cierta
picardía, como si en el fondo hubiera esperado aquella pregunta desde el
principio.
— ¿Por qué no?— repuso— Victor Lawrence
forma parte de esta nave tanto como el acero nux que
pisamos ahora mismo. Para nosotros, tener el Fulgor en nuestra flota sin su
comandante sería como tenerlo sin un reactor. Podemos sustituirlo, por
supuesto; pero estaríamos sacrificando la identidad única de esta nave.
—Así que todo se reduce a un problema de
identidad.
Oak profirió una pequeña carcajada.
—Y, ¿qué hay de mí?—preguntó—. ¿Vengo
incluido en el lote?
—Usted—. Trana utilizó un tono a medio
camino entre la pregunta y la afirmación—. Dale Virta; ex mayor de la Armada
del Consejo. Miembro de la mítica Legión Escarlata. Salvador del planeta
Malevich. Héroe de guerra y condecorado más allá de lo imaginable. Alguien que
podría haber llegado a la cúpula militar de haber seguido en el ejército—. Dio
un paso hacia delante. Oak se sintió como un niño a su lado—. Por supuesto que
viene incluido en el lote, señor Virta.
Trana olvidó la parte en que Oak y la
mítica Legión Escarlata liberaban una mortífera pandemia a escala galáctica.
Aun así, aceptó el cumplido con una sonrisa bobalicona y un lánguido apretón de
manos.